La familia es un don de Dios. El matrimonio y la maternidad, mucho más que una profesión. El servicio a los demás, una valiosa vocación. Todas estas afirmaciones no son fáciles de hacer y mucho menos fáciles de comprender en el mundo de hoy, creado para vivir el presente y casi nunca más allá de los
deseos y aspiraciones personales.
 
La vida como entrega al prójimo difícilmente se puede entender fuera de una perspectiva cristiana de la vida. Pero, al final del camino, nada hay más valioso que eso: haber construido una vida edificada sobre el pilar del amor y la entrega a los demás; en el caso de los padres y madres, a nuestra familia principalmente. Eso no significa renunciar radicalmente a uno mismo, sino integrar esa vocación en nuestra vida, como parte de un todo. Como mujer, esposa y madre de cuatro hijos, doy gracias a Dios por el don inconmensurable de mi familia y trato de cuidarla como el regalo más preciado, intentando siempre ponerle a Él como centro de nuestra vida, consciente de que esa es la clave de la felicidad, diaria y también eterna. Desde este blog, persigo el objetivo de hacer, periódicamente, un alto en el camino, en el ajetreo del día a día, para poner perspectiva y recordar -con alegría (imprescindible) y honestidad- qué es, realmente, lo importante.

Vaya por delante que estudié Derecho y Relaciones Internacionales y profesionalmente me he dedicado al periodismo. En mi currículum vitae no figura ni una sola alusión a estudios sobre educación, ni relaciones
humanas, ni psicología infantil. Exactamente igual que Lord Rochester, podría afirmar que “antes de casarme tenía muchas teorías sobre la educación. Ahora tengo cuatro hijos y ninguna teoría”. Mis conocimientos sobre este campo parecen mermar a medida que crece mi experiencia. Cada hijo que he tenido ha venido a recordarme lo diferente que es del anterior y la personalidad tan particular que tiene cada uno. Así que todos mis pensamientos sobre este asunto son fruto, únicamente, del sentido común y las vivencias diarias como madre. No es mi intención aleccionar ni adoctrinar a nadie, sino, únicamente, servir de luz, apoyo, compañía o, sencillamente, entretenimiento, para cualquiera que se acerque a leerlos, se encuentre o no en una situación similar.