Nuestras ciudades se llenan de luces, aunque ya sea excepcional el adorno que contenga alguna connotación religiosa. Las calles bullen de gente cargadas de bolsas, que entran y salen sin cesar de tiendas y centros comerciales. Nos llegan por doquier imágenes de gentes vestidas de duendes, de elfos, del gordo rojo de la coca-cola… el whatsapp se colapsa con decenas de mensajes “prefabricados”, resultado de escoger la opción “enviar a todos los contactos”. Las empresas que tienen nuestra dirección electrónica también nos mandan una tarjeta virtual, con un arbolito cargado de regalos. Las cadenas de televisión emiten películas dulzonas y galas benéficas. Toca ser bueno, desear lo mejor a todos, estar feliz. Es la otra navidad, en minúsculas. Y con ella uno entiende que para muchos este sea un tiempo ñoño, hipócrita, deprimente.

Don Felipe VI dará su mensaje navideño de aquí a un rato: buscará palabras que reconforten, transmitir ánimo, aliento. Paz, solidaridad, esperanza, unidad, etc.

Sin embargo, nuestro monarca, al igual que este mundo nuestro de hoy, no pronunciará las únicas palabras realmente importantes: “Hoy os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor”.

Este es el verdadero mensaje para los hombres de hoy, para aquellos que viven asfixiados por el nuevo imperio: el del capital, la rentabilidad, la especulación, que ha sustituido al romano. Es el mensaje para quienes se avergüenzan de unos gobernantes que han perdido todo sentido de integridad, de valores, de dignidad, nuevos “Herodes” que se mueven sin complejos entre la corrupción, y que alientan la matanza de inocentes, en ese genocidio silencioso llamado aborto. Es el mensaje para los desesperanzados, ya sea por enfermedad, por desempleo, por tantos problemas que calladamente han de sufrir… ellos son los pastores que guardan las ovejas a la intemperie, sin poder conciliar el sueño, ante quienes viene el arcángel a dar la buena noticia. Son las palabras, en definitiva, que se dirigen a nosotros, a todos nosotros, que cargamos con el yugo de nuestros pecados, la mayor de las esclavitudes, seamos conscientes de ello o no. Entre tanta oscuridad, entre tanto llanto, entre el miedo y la desesperanza, hoy llega la luz, llega la salvación. No estamos solos, ya nunca lo estaremos, ninguno. Dios está con nosotros. Y quiere que seamos tan conscientes de ello, que nos lo grabemos tan a fuego, que se hace de carne y hueso. Para que nunca dudemos. Para que su amor por nosotros no sea una frase hecha, un invento de ilusoria consolación, una infundada esperanza. Para que podamos tocarlo y acunarlo. Nace como un bebé, humilde e indefenso, para sacar de nuestras entrañas el amor y la misericordia en la que fuimos creados, a la que estamos llamados. Es la imagen visible de Dios, que camina entre nosotros.

Este es hoy mi mensaje para todos vosotros: este tiempo de celebración no es aburda. Nuestras vidas tienen sentido, pues Dios no nos abandona a nuestra suerte. No importa si aún no lo conoces. No importa que ahora mismo no lo veas ni sientas. No importa cuán indigno te veas, cuánto te hayas apartado de Él, o hasta qué punto creas que te es indiferente. Hay una esperanza para tu vida, hay luz más allá de toda oscuridad, hay liberación para todo cuanto oprime tu corazón. Y tu existencia vale tanto, es tan preciosa, que ni la muerte podrá vencerla. Hoy todo esto deja de ser meras palabras, y se hace vida; se llama Jesús.

Feliz Navidad a todos.