Acabamos hoy los irreconocibles con el “telemente”, porque es la televisión su principal fuente de configuración.

Se caracteriza, como es fácil de suponer, porque su fe y su cristianismo están sujetos al vaivén de las modas.

Nos viene a la memoria una anécdota ocurrida en Madrid en 1873. Un tendero que era proveedor de Palacio y que había puesto con grandes letras en la fachada de su establecimiento el título de Proveedor de la Real Casa, tras la llegada de la República se apresuró a ocultar las entonces comprometedoras letras, pintándoles encima dos espléndidos besugos. Vino luego el año 1874 con la restauración de los Borbones y el proveedor, impertérrito, se apresuró a borrar los dos besugos y aparecieron de nuevo las doradas letras de Proveedor de la Real Casa. Pues lo mismo hace el moderno “telemente”, cambia de “rótulo” según convenga, esto es, según la televisión diga.

Como buen telemente, repite dia sí y día también la habitual retahila de tópicos seudointelectuales como que nadie está en posesón de la verdad, todas las religiones son iguales, etc.

Normalmente se creen tan seguros que discuten de religión con el mayor desparpajo, venga o no venga a cuento, pero sin hacer ningún razonamiento, sólo frases hechas y muy sonoras, todas ellas aprendidas gracias a su gran maestra televisiva.

En resumen, el telemente:

- Es creyente o incrédulo según la TV.

- Discute de religión (de la que no sabe nada) con todo desparpajo.

- Muchas veces se declara creyente pero “no practicante”.

- Y algunos de sus principios son:

Nadie está en posesión de la Verdad.

Todas las religiones son válidas.

Los católicos son intolerantes…, porque así lo digo yo.

La Iglesia no hace falta; la religión se lleva en el corazón.

Yo y Dios, en vez de Dios y yo (del prójimo ni rastro).

 

Los Tres Mosqueteros

PD: volveremos el 12 de enero con una breve descripción de las Etapas de la vida espiritual. ¡Feliz Navidad!