La confianza es un factor imprescindible en la comunicación, y, a la inversa, la comunicación, además de presuponer confianza, la incrementa.

      De ahí que si en la vida conyugal la comunicación no se realiza oportunamente - comunicar es el arte de comprender el sentimiento ajeno- lo más probable es que se generen campos de desconfianza.

     Ésta- la desconfianza- proviene de la falta de adaptación del comportamiento de la otra persona a lo que esperamos; no está de acuerdo con lo que debería ser nuestra relación, nuestro sentido común, el buen hacer o incluso con la ética o con la moral.

      Si un cónyuge desconfía del otro, por ejemplo, en el uso del dinero, evidentemente le dará menos confianza en ese tema, le hará preguntas de doble sentido y el otro se dará cuenta. Esa desconfianza irá generando desunión, afilará aristas y los roces serán más dolorosos.

      Además, para evitar conflictos, si uno quiere tener tranquilidad —la de los cementerios, donde no pasa nada— lo que hará será evitar el tema económico. De esta forma, a lo largo de una vida se van evitando temas, lo que significa que se va rompiendo la comunicación en diversas áreas del vivir.

     Con nuestra actitud iremos generando pequeños cotos cerrados que cada vez ocuparán más espacio, reduciendo  el oxígeno que proporciona una comunicación sana: en algunos casos se puede sentir un verdadero ahogo.

     Al negarnos a dar explicaciones de nuestros actos, los campos de comunicación cada vez serán más pequeños, mientras que los de desconfianza serán cada vez mayores.

  ¿Pero no decíamos que en una pareja se debe hablar de
todo? Sí, y es verdad, hay que recuperar la comunicación, siempre que sea posible. Y digo esto porque muchas veces estas desconfianzas pueden convertirse en patológicas, y entonces lo que habrá que hacer es acudir a alguien que pueda aconsejarnos

   En el caso de necesitar ayuda, sería apropiado que los dos hiciesen un ejercicio de buena voluntad encaminado a poner todos los medios para solucionar el problema.

   Si no existiese esa voluntad, el problema no se resolvería.

   Si la hubiese, convendría buscar un asesor que nos ayudara a ver las cosas con una cierta distancia, con la dimensión exacta que tienen, y aprovechar los momentos positivos, los momentos receptivos del otro para sacar temas con oportunidad.

    Pero lo que siempre resulta necesario, es intentar hablar serenamente, porque si no uno terminará «sintiendo desconfianza de hablar de desconfianzas» y las cosas seguirán como estaban o, mejor dicho, irán empeorando.

¡Nunca nos demos por vencidos! Cuando uno dice que «no
hay nada que hacer», lo que quiere decir es que él no va a
hacer nada, dejando al otro en la estacada.

La solución está en nosotros. ¿De acuerdo?