Las recientes investigaciones muestran que es necesario interpretar por qué el catolicismo ha descendido un 20% en América Latina en los últimos 50 años, al mismo tiempo que ha crecido proporcionalmente el pentecostalismo y la religiosidad a la carta.

La religión en occidente no desaparece con la secularización, solo se transforma en sus expresiones y prácticas, y el llamado "éxodo" de católicos hacia las iglesias evangélicas o hacia la indiferencia religiosa y el neopaganismo, requiere un serio análisis pastoral por parte de las iglesias. Para ello comparto algunos textos que pueden ayudarnos a pensar el tema. 

La higuera estéril

El cardenal Martini, comentando la parábola de la higuera estéril en el evangelio según san Mateo, escribe en 1986:

"Nosotros, como Iglesia, estamos viviendo un cierto momento de esterilidad: grandes hojas, esto es, palabras, encuentros, congresos, resoluciones, reuniones, asambleas larguísimas, programas... ¿y los frutos?  Seminarios vacíos, noviciados vacíos, iglesias vacías.

Cuando comparamos las hojas con los frutos, nos viene la tentación de pensar que tal vez era mejor cuando había menos hojas y más frutos.

Al mirar a nuestro alrededor, no se puede menos de tener esta impresión de esterilidad, aunque hay muchos signos de renovación y no queremos hacer un juicio global. Pero hay una verdad en esta palabra: mucha apariencia, muchas bonitas palabras, muchas coberturas áureas casi no contienen nada; muchos programas de renovación se basan sobre esos pocos que se han quedado a hacer girar la rueda.

Si miramos a nuestro alrededor, ciertamente esta situación nos impresiona. Pero si la aplicamos a nosotros, cada uno debe preguntarse si el Señor ve en nosotros hojas, es decir, palabras, propósitos, compromisos, programas, pero poco fruto, esto es, capacidad de llevar a otros a la fe, que en el fondo es el fruto, capacidad de convertir a otros, de comunicar el amor de Dios, de hacerlo vivir... Aquí naturalmente tenemos que preguntarnos, no solo sobre los frutos, que el Señor en su bondad nos permite recoger, sino sobre la relación entre hojas y frutos, entre lo que podríamos hacer y lo que en realidad somos en toda la vida".

No presuponer la fe que no existe                         

El Papa Benedicto XVI en su visita a Portugal (2010) afirmó: "A menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe exista, lo que por desgracia es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve sosa? Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano... Es necesario que esta fe se convierta en vida en cada uno de nosotros".

 Incapacidad misionera

 En su trabajo sobre la transmisión de la fe en la sociedad contemporánea (2008), Juan Martín Velasco escribió: “Muchos que decimos estar consagrados a las tareas del Reino de Dios, estamos dedicados a asegurar la pervivencia de las estructuras eclesiales… Llevamos dos o tres décadas proclamando que es la hora de la evangelización…, pero todo se queda en ríos de palabras y discursos… porque somos incapaces de ponernos a nosotros mismos en estado de evangelización.

Tal vez tengamos que reconocer que nuestras comunidades no transmiten porque no tienen qué transmitir, o, mejor, porque no somos de verdad cristianos, no vivimos como tales, no constituimos la semilla, la levadura, la luz, la sal que el Evangelio nos invita a ser, y que, en la medida en que lo son, y por el solo hecho de serlo, germinan, fermentan, iluminan y sazonan. Es decir, que tal vez la falta de renovación generacional que padece el cristianismo se deba en buena medida a la falta de renovación interior, espiritual: la renovación procedente del Espíritu de Dios, de las generaciones encargadas de la transmisión”.

Hambre de Dios

Encontramos muy actuales las palabras del teólogo inglés Charles Davis, citados por Ralph Martín en 1971: “He encontrado un sentido de vacío, pero juntamente con ello un profundo anhelo de Dios... Oyen de la nueva liturgia, del nuevo lugar del laico en la Iglesia, de la colegialidad, de la Iglesia y el mundo, de miles de nuevas ideas excitantes. Quedan debidamente impresionados. ¿Quién sin embargo les hablará simplemente de Dios como de una persona íntimamente conocida, logrando que la realidad de Dios y su presencia tome vida nuevamente en ellos?

Nosotros sabemos tanto de religión, la Iglesia y la teología, pero nos encontramos con las manos vacías e incómodos al enfrentarnos con la mera hambre de Dios. ...aunque no lo sepan reclaman santidad en nosotros. Antaño se requerían santos para renovar la Iglesia.

Mientras más incesante sea nuestra actividad por la actualización de la Iglesia, menos necesidad hay de confrontarnos con la realidad de Dios en nuestras propias vidas. Ahora, pasado el Concilio, más nos valdría preguntarnos: ¿acaso todas nuestras parroquias, asociaciones, sínodos, talleres, conferencias, los debidos sistemas de procesamiento, programas de medios múltiples de educación religiosa, las finanzas diocesanas computarizadas y publicadas... están produciendo una Iglesia moderna o una pobre imitación del mundo moderno?”

Demasiada moralina y poca experiencia interior



El sociólogo José María Mardones escribía en 1999, en su libro: ¿A dónde va la religión?: "
...No hemos sabido hacer las cosas. Hemos caído en el acartonamiento ritual, sacramental y catequético; hemos vaciado la religión de misterio con tanta moralización y tanta rutina. Los espíritus deseosos de encontrarse con Dios han encontrado ideologías progresistas o conservadoras, pero no experiencia interior; por eso se han marchado por otros caminos, a veces disparatados".

El gris pragmatismo eclesial que desgasta la fe

El documento de Aparecida en el nº 12, dice lo siguiente: "No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.

El sueño de Francisco

Y el Papa Francisco en Evangelii Gaudium revela su sueño: “Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador, igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo” (26).

“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (27).