Si toda circunstancia es para mi bien, un regalo mediante el cual el Señor me llama y conduce a Él, Su compañía, la Iglesia, es aquella presencia a través de la que soy despertado al ser y nace mi personalidad.

La realidad me toca y desafía continuamente en cada instante. Lo hace hoy con la fiesta de la Dedicación de la basílica de Letrán, en honor de Cristo Salvador. Soy templo consagrado a Dios. Soy suyo. Y se que en la Providencia de nuestro Padre todo coopera para el bien de los que le aman.

En  la convivencia con mi familia, en la preparación de este artículo o esa entrevista, en ese comentario en facebook, twitter o whatsapp, en mis estudios y trabajos, en cada una de las noticias que me afectan más o menos, en cada una de las circunstancias que vivo este fin de semana, todo lo que sucede es para mi bien.  

Cada prejuicio mío choca con la sorpresa que me trae la realidad. Pero un imprevisto es la única esperanza. La vida siempre resurge por mucho que pretenda manipularla y condicionarla a mis seguridades, comodidades y caprichos. El Señor a través de la realidad me educa en el gusto por vivir, aprovechando intensamente cada instante que está del todo en sus manos.

A menudo pienso que una determinada circunstancia tuerce o violenta mi proyecto, mis planes, y los da un nuevo giro, incómodo, incomprensible muchas veces e incluso me podría llegar a parecer injusto o cruel si lo miro solamente con mis ojos limitados a la apariencia de las cosas.

Decir sí al instante donde Dios me llama es mirar las cosas de forma distinta, dejándome tocar por Su Presencia, y así puedo dejar paso a la confianza, al reconocimiento, al agradecimiento, y por tanto a la felicidad. Esto es vivir la cotidianeidad ante el Señor de la realidad que hace nuevas todas las cosas y quiere mi continua conversión.

Si soy un templo vivo de Dios no puedo tener miedo a abrir las puertas de mi corazón a Cristo. Como en la Iglesia, necesito encontrarme con circunstancias, personas y acontecimientos. No soy una isla. Necesito amar la realidad, mi realidad, el gusto por mi vida, toda la vida.

No puedo quedarme en el ámbito de mis definiciones, mis ideas, mis postulados, por muy respetables y razonables que me parezcan, sino respondiendo a la provocación de cada instante, viviendo intensamente la realidad para madurar la experiencia personal de mi fe, para reconquistar mi unidad, para cumplir mi vocación, mi vida.