“¿Qué es el hombre? Es esta un pregunta que muchos se hacen, que bastantes no saben contestar, y que es fundamental para vivir con dignidad. Emerhic Coreth  se plantea el interrogante y nos da una respuesta clara: Es esta una pregunta como tantas otras, y sin embargo presenta unas características especialísimas, porque afecta directamente al hombre que interroga, porque le pone sobre el tapete de la discusión. El hombre se pregunta sobre su propia esencia. Y tiene que formularse esa pregunta porque personalmente es problemático para sí mismo. Y tanto más problemático se resulta cuando el espíritu y los acontecimientos de la época le ponen en tela de juicio, le amenazan con el trastorno y disolución de todos los órdenes humanos y le enfrentan con el enigma y hasta con el absurdo aparente de su existencia.” 

            Vamos a intentar hacer una mirada de fe sobre el hombre. La Antropología, a groso modo, es la ciencia que estudia al hombre; pero podríamos decir que la medicina y la sociología también estudian al hombre, tenemos muchas ciencias que estudian al hombre, cada una de estas va a  estudiarlo desde un punto de vista.
El estudio que hace la antropología básicamente se ocupa del comportamiento del hombre, ese es uno de los ejes centrales de su estudio.
Podríamos decir que tenemos dos tipos de antropología: una antropología filosófica, que  (relativamente) va a prescindir de Dios, (relativamente digo porque no del todo); y una antropología teológica, que va a ser una mirada de fe a cerca del ser humano.
Nosotros vamos a intentar hacer una mezcla de estas dos cosas; trataremos de hacer una mirada de la realidad del hombre actual y después aportarle la luz de la fe a ese hombre que queremos descubrir quién es.
            ¿Para qué nos sirve ver al hombre? Primero porque cada uno de nosotros somos ese “hombre”  que estamos viendo, entonces la antropología tiene como objetivo aportarnos datos para conocernos a nosotros mismos. Cuando uno se va y hace un psicodiagnóstico con un sicólogo, este aporta datos sobre la personalidad para mejorar, para cambiar lo que haya que cambiar, para progresar… conocer al hombre nos sirve para eso, primero para trabajar con nosotros mismos, porque cada uno de nosotros somos seres humanos y estamos metidos en esta descripción general de ser “hombres”, y por otro lado a ustedes que son líderes en cada uno de sus lugares para desenvolverse mejor en esta actividad.
La Antropología tiene una pregunta fundamental: ¿Qué es el hombre?
Al ver el cielo, obra de tus manos,
La luna y las estrellas que has creado:
¿Qué es el hombre para que pienses en él,
El ser humano para que lo cuides?
(Salmo 8, 4-5)

            El salmista le pregunta a Dios que tiene de diferente el hombre de todas las otras criaturas para que  Dios se acuerde él, entonces la idea de esto es que descubramos donde radica la dignidad más profunda del hombre, ese “ser especial”. El hombre tiene una dignidad que lo hace más que la planta, más que los animales… el hombre es más, tiene un plus ontológico que lo hace ser más digno. 
            Esto del salmista no revela como el tema del ser del hombre tiene ya mucho tiempo, y la pregunta es a Dios: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de el?
             Esta pregunta se la hace la Antropología filosófica sin preguntársela a Dios. Los filósofos se preguntan a sí mismos: ¿Qué es el hombre? En esto hay un primer detalle, porque, esa pregunta, de que es el hombre, es distinta a cualquier otra pregunta. Yo puedo preguntar que es esta silla, y estoy preguntando por algo que es distinto a mí, y allí la respuesta es más fácil pues eso está fuera de mi; pero cuando pregunto qué es el hombre estoy preguntando por mí mismo, es el hombre que se pregunta a sí mismo, y esto es lo primero que hace más digno al hombre. Cuando el filosofo se pregunta “que es el hombre” se está preguntando por sí mismo, está preguntando a su mismo ser “quien soy”… esta pregunta le afecta a el mismo y de la respuesta que de va a depender su propia concepción de sí mismo, va a depender cómo el mismo se ve.
            Esta no es una pregunta nueva, en cada época y en cada situación la respuesta de “que es el hombre” es distinta, porque uno podría decir: ¿que es el agua? Y la respuesta “H2O” es la misma ayer y hoy. Ahora, esta pregunta, “que es el hombre”, que tiene miles y miles de años, nunca tiene la misma repuesta y tampoco va a tener la misma respuesta en el mismo tiempo preguntándole a personas distintas. Si hacemos esta pregunta a un filosofo nos contestará que es un “ser racional de naturaleza animal”, en cambio un teólogo nos dirá que es “hijo de Dios”, o “criatura de Dios”… fijémonos con esto la importancia que tiene la pregunta.
            Hoy más que nunca se hace imperiosa la necesidad de preguntarse “que es el hombre”, porque el hombre está atentando contra sí mismo por no saber quién es. Si no encontramos la respuesta a “que es el hombre”, la existencia del mismo empieza a carecer de sentido.

            Hoy tenemos muchísimos jóvenes y adolescentes que se tiran a las drogas o se suicidan… pero, porque el hombre se vuelve contra sí mismo, porque no es capaz de encontrar la respuesta sobre su ser más profundo y esto es algo es fundamental para dar un paso más.
            Cuando terminamos el colegio secundario decimos: ¿Qué voy a estudiar? ¿Qué voy a hacer? Pero si nunca decidimos que vamos a estudiar, o no nos decidimos a trabajar… pueden pasar cinco, seis, veinte años… si nunca nos decidimos, nunca damos ese paso. Necesito conocerme para lanzarme, para dar ese paso. Necesito preguntarme y cuando logro dar respuesta a eso, entonces puedo dar el paso.
           En todo momento nos cuestionamos las cosas, y si no podemos dar una respuesta, nos estancamos. Para cada uno de nosotros es sumamente necesario responder esa pregunta ¿Quién soy? Ya no la pregunta genérica “que es el hombre” sino la que me hago a mi mismo: ¿Quién soy?
            Dicen los psicólogos y los filósofos que el hombre tiene tres preguntas fundamentales: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy? El orden de estas preguntas no está librado al azar, ya que la primera respuesta que tengo que darme a mí mismo es “quien soy”, tengo que descubrir que hay dentro de mí, que es lo que me hace distinto, lo que me hace ser Martin y no otro.
            Una vez que pude darme respuesta a este “quien soy” puedo dar un paso en consecuencia. El ser condiciona como voy a actuar, lo que voy a hacer.
El gran conflicto de este siglo que estamos viviendo es no saber quiénes somos. El joven no está encontrando quien es, no está encontrando su ser más profundo, y eso no le permite avanzar, no le permite tomar las riendas de su propia vida.
Estas preguntas “existenciales” hoy y hace miles de años, van teniendo distintas respuestas.
            Encontrar respuesta a la pregunta de “quien soy”, es reconocer “hacia donde voy”; o sea que esa primer respuesta que necesito encontrar, me permite abrirme paso a las otras dos preguntas “existenciales”.
           Supongamos que las baldosas tienen el tamaño de mis pies y son todas de distinto color, yo no veo de qué color es la que está bajo mis pies pues estoy parado en ella, ahora, cuando me muevo y doy un paso, puedo ver de qué color era esa baldosa, o sea, puedo ver de dónde vengo; y si hice un paso al frente y no a la derecha o a la izquierda quiere decir que empiezo a descubrir hacia donde voy… entonces, darme respuesta a mi mismo sobre quién soy, me permite movilizarme y empezar a intuir de donde vengo y a donde voy… el hombre necesita darse respuesta a esas preguntas.
            Le pasó al pueblo de Israel, cada vez que estaban en algún problema en el desierto necesitaban recordar que eran el pueblo elegido, de donde los había sacado el Señor y alimentar la esperanza de la Tierra prometida.
        Descubrir el sentido de nuestra vida nos aporta en los momentos de crisis, la certeza de tener un origen y un “destino”
            Nos dice el Concilio Vaticano II:
 
            Pero ¿Qué es el hombre? El mismo se ha definido muchas veces y sigue enunciando nuevas definiciones variadas, a veces contradictorias: unas veces se exalta como la regla absoluta de todo, y otras se deprime hasta la desesperación; de ahí sus dudas y ansiedades. 
            Cuando el hombre se exalta como la regla absoluta de todo, cuando es la única medida del mundo, cuando no hay una “ley superadora”, el hombre puede hacer lo que quiere y entonces se pueden cometer los peores desastres y las consecuencias son nefastas; ya que  todo lo que queda por debajo de la línea del hombre se puede destruir, entonces podemos destruir a la naturaleza, podemos desechar a aquellos que son más débiles que nosotros. Pero también existe la otra tentación, la de creer que el hombre no vale nada y así caemos en la mayor desesperación… le pasa a mucha gente, decir “yo no valgo nada”, “no sirvo para nada”, “todo me sale mal”, lo habrán escuchado diez mil veces y tal vez lo habremos dicho más de una vez nosotros mismos.
          Entonces, cuando el hombre se sobrevalora o se infravalora, ninguno de los extremos es bueno… la respuesta no es ni una ni otra, sino buscar el verdadero ser, lo que verdaderamente es el hombre… buscar la más profunda dignidad del hombre.
Sigue diciendo el Concilio:
enseña la Sagrada Escritura que el hombre fue creado “a imagen de Dios” capaz de conocer y amar a su Creador, constituido por Él como señor sobre todas las criaturas visibles para que las gobernase e hiciera uso de ellas, dando gloria a Dios.
El hombre es, por su misma naturaleza, un ser social, y sin relacionarse con otros no puede vivir ni desarrollar sus propias cualidades.

            El Concilio aquí nos da dos claves, por un lado que el hombre es “Imagen de Dios”. Nuestra principal dignidad como hombres es ser imagen de Dios, Dios nos ha creado a su imagen, esto quiere decir que nos ha hecho libres, dotados de inteligencia y voluntad; la libertad del hombre es una de las cosas más preciadas que tenemos, por eso tantas luchas para que este no sea oprimido por las cosas, por eso nuestra lucha, como cristianos, contra el pecado.
            El segundo dato que nos aporta es que el hombre es un ser social, es un “ser en relación”. No podemos vivir sin los demás (en ningún aspecto de nuestra vida). Las relaciones son con Dios, con el entorno, con sí mismo y con los demás. San Agustín expresa con una claridad impresionante la necesidad del hombre de relacionarse con Dios cuando dice: “
nos creaste para Ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti”.           Tenemos una relación con el entorno físico, y esta relación debemos cultivarla, el hombre aun no está descubriendo que parte de su ser es estar en relación con el ambiente. A los demás no los necesitamos solo con un fin utilitarista, sino que los necesitamos para ser. Además el hombre es un ser en relación con sí mismo y de ahí la necesidad que tenemos de dar respuestas a las preguntas existenciales.
        

    Este hombre necesita de estas relaciones para encontrar su propio lugar y su propio ser. Para iluminar un poco más esta afirmación, dejémonos iluminar por el Concilio:
El hombre, unitario en su dualidad de cuerpo y alma, es, por su condición corporal, una síntesis del universo material, el cual encuentra su plenitud a través del hombre y por medio de este puede alabar libremente a su Creador; por eso no le está permitido al hombre despreciar su propia vida corporal, sino que está obligado a considerar su cuerpo como bueno y digno de honor, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar el último día. Sin embargo, por la herida producida por el pecado, experimenta la rebeldía de su propio cuerpo. Por consiguiente, la misma dignidad del hombre exige que de gloria a Dios en su cuerpo, y no le consienta vivir esclavo de las depravadas inclinaciones de su corazón.
            No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y se considera algo más que una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es superior al universo entero; a estas profundidades retorna cuando se vuelve a su corazón, donde le espera Dios, que escruta los corazones, y donde él solo decide su propio destino ante los ojos de Dios. Así, pues, al reconocer en sí mismo un alma espiritual e inmortal no es víctima de un falaz espejismo, procedente solo de condiciones físicas y sociales, sino que, al contrario, toca la verdad profunda de la realidad.

            Digamos para terminar que quedan planteadas más preguntas que respuestas. Cada uno debe preguntarse hasta que punto nosotros estamos dándonos estas respuestas y si ayudamos a los demás a dárselas; porque nuestra misión como cristianos es ayudar a los demás a ser más hombres, a plenificar su propio ser. 
         
Entonces… este ser excepcional llamado hombre, tiene una dignidad inalienable que le viene de sus ser creación privilegiada de Dios y destinatario de su amor.
Esta dignidad, que le es dada, debe ser respetada por el mismo y por los demás y debe ser promovida.
La misión de Cristo entre nosotros puede resumirse en la expresión del Concilio: “el misterio del hombre no se aclara de verdad, sino en el misterio del Verbo encarnado.

Fuente: http://www.elsembrador.net/rec_antropo.htm