Y es en ese momento donde, como tantas otras veces, aprovecho una inquietud creada en los chavales para desarrollar un nuevo tema.

Para empezar no hay que confundir los términos alegría y felicidad, aunque estén ligados en ocasiones, son muy distintos. Estar alegre o contento es algo puntual, debido a alguna circunstancia concreta y la conjugamos con el verbo estar: Estoy contento por que he pasado una tarde agradable con los amigos, estoy alegre porque hace un día magnífico...

La felicidad es un estado permanente, o por lo menos que tiende a serlo, y va muy relacionado con el sentido de la vida, con la realización plena de la persona y la conjugamos con el verbo ser: soy feliz, mi vida es dichosa.

Tal es así que lo opuesto a la alegría es el sufrimiento, cuando hay un sufrimiento en tu vida, una enfermedad, un mal de amores, un problema económico o de salud... no puedes estar alegre. Pero el sufrimiento no es antónimo a la felicidad, no mata la felicidad, aunque tenga ahora mismo este problema en concreto que me hace sufrir, mi vida no deja de ser feliz.

¿Cuál es el problema? Pues que el hombre, por el hecho de serlo, es un ser paciente, que viene de pathós, sufrir (patir en valenciano). Por más que lo intente siempre tendrá algún tipo de sufrimiento en su vida. Aquel que crea que la felicidad no existe, que no es más una suma de ratos agradables, ratos de alegría, jamás conseguirá ser feliz, por que el sufrimiento mata la alegría. Pero aquél que integre su sufrimiento como algo que le ayuda a entender el sufrimiento de los demás, a ser humilde, a reconocer sus propios límites, a vivirlo en definitiva desde el sentido redentor de la cruz de Cristo, ese será feliz.

¿Debemos buscar entonces el sufrimiento? No por supuesto, ese ya viene solo. Debemos disfrutar, vivir, aprovechar las cosas buenas que Dios nos da cada día... pero no desesperarnos (= perder la esperanza) cuando no suceda así.

Si somos (y no podemos dejar de serlo) hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, para que nuestra vida tenga sentido, para ser felices, no tenemos más remedio que vivir como tales, vivir en la alabanza. Eso no significa que debamos renunciar a poder ganar dinero, o tener amigos, momentos de ocio y fiesta, formar una familia, tener prestigio en nuestro trabajo... pero sin hacer de ello el dios de nuestra vida

Explico entonces que al hacer esto mismo estamos divinizando lo creado, es decir, desplazamos a Dios para poner en su lugar el dinero, el sexo, la fama o cualquier otra cosa. Pero como por mucho que lo hagamos estas cosas no pueden dar sentido a nuestra vida, precisamente por que no son Dios.

Una sociedad materialista y hedonista como la nuestra, lejos de solucionar el problema, lo agrava, porque el hombre, al no poder dejar de sufrir, lo que propone es la alienación: evádete con el placer, con el trabajo, con el dinero, con el alcohol y las drogas... por eso a un problema como es la falta de sentido a la vida añade un segundo. ¿Cómo lo “soluciona” Jesucristo?. Devuelvo la pregunta a los chavales

¿Qué dice Jesús que cojan aquellos que quieren seguirlo y ser sus discípulos?- caras de ignorancia entre los chicos- ¿su fe?. ¿su alegría?. ¿su dinero?... No, dice algo más “curioso”, “el que quiera ser discípulo mio, tome su cruz y me siga”, y aquí la palabra cruz es sinónimo de sufrimiento. Ojo, no dice que se busque una cruz, que trate de sufrir, todo lo contrario, que coja el sufrimiento que ya tiene, el de su vida concreta, porque con su sufrimiento, con su limitación, con su entrega por los demás... es como se llega a ser auténtico discípulo.