En una relación de pareja, el equipaje emocional y cultural que uno lleva a la misma puede ser una fuente de felicidad o de conflicto.

      Por eso es bueno conocerse antes, no sólo en el terreno de los sentimientos sino en otros aspectos anteriores a ellos como pueden ser la educación que una persona lleva al matrimonio, o la experiencia que uno tiene de la vida.

      Si esto no se hace así, puede uno casarse, simplemente, porque le apetece estar con la otra persona, porque a ambos les gusta bailar, o por cosas parecidas y  muy superficiales.

      Pero no nos olvidemos, que todo lo relacionado con los sentidos termina decayendo y, antes o después, nos vamos a encontrar con lo que de verdad hemos traído al matrimonio. Es decir, con nuestras creencias y con nuestra experiencia de la vida.

     Esto no quiere decir que lo que los dos aportan tenga que ser exactamente igual, pero sí compatible para que las cosas vayan lo más suave posible.

     Si no es así, no lo dudemos, se convertirá en la antesala de posibles conflictos que llegarán a
cuajar o no, dependiendo del grado de madurez de la pareja.

     Pongámonos en el caso de los valores. Yo tengo unos
valores, tú tienes otros...  muy distintos.

      Estos temas al principio del matrimonio no tienen mucha importancia, luego, con la llegada de los niños es más fácil que empiecen a tomar cuerpo, y lo suelen
hacer de la siguiente forma: primero se piensa que mi
forma de vivir los valores es mejor que la suya; después que mi familia es mejor que la suya; por último ¡cómo no!, yo soy mejor que él/ella.

      Lo más probable es que uno eduque en sus valores y el otro en los suyos. Falta de unidad, la autoridad se resiente y los hijos se van por el camino más facil.

      Con lo cual, se está impidiendo a una persona educar a sus hijos en coherencia con los valores que ella misma defiende.

       Se encabezona uno en su proyecto educativo y en sus valores, cosa que termina con frecuencia en llevar la contraria a lo que el otro dice. Los grandes perjudicados: los hijos

       No es que el otro diga: «esto es lo que yo quiero», sino que dice «cualquier colegio, menos el que a ti te gusta», ¡ésa es mi forma de destacar!… de demostrar que yo tengo también valores de ese tipo.

      Aquí tiene que aparecer el adulto maduro. Como vemos, esto no está dentro del campo de los sentidos. Ésos ya pasaron. Estamos dentro del campo del «como me han educado, así quiero educar», y no puedo.

     Estamos dentro del campo de las decepciones.

    Tienen que aparecer las personas adultas, maduras, antes que sea tarde. Sabiendo ceder. Sabiendo hablar.

    Analizando cada uno sus emociones. ¿Cuáles son las ideas del otro que me quiero «cargar»?

    Hablando serenamente. ¡Lo claro que vemos que yo tengo razón! ¡Al otro le pasa igual! Lo ve clarísimo.

     Es una cuestión ideológica que, además, corre el riesgo
de convertirse en emocional. Si no se llega a un acuerdo será una lucha por educar «contra» el otro. La solución es madurez, consejo, paciencia y ¡vista!

Los nervios y las emociones cargadas hacen que perdamos la vista. Así que… ¡ojo!