Ríos de tinta han corrido, corren, y me temo que correrán, sobre el recién concluido Sínodo de la Familia. No se preocupen, que no es mi intención ahondar sobre el tema (entre otras razones, porque es algo que se escapa a mi capacidad). Sin embargo, la polémica de estos días me ha servido para reflexionar sobre los matrimonios, sobre las comunes dificultades que suelen surgir, y las raíces que tras ellos hay. Fruto de ello quería compartir una humilde guía de ciertos peligros que deben evitarse. Ahí van:

1-El pasado, pasado está. Cuando uno se casa, acepta toda la realidad de la persona con la que se une, incluido todo su pasado. Ahora bien, esto no quita que sigamos unidos a ese pasado: antiguos novios/novias, relaciones terminadas, tienen que quedar así, terminadas. Son punto y final. Es mejor quedar como un estúpido, que dejar una puerta entreabierta a lo que pudo ser y no fue, tentación para una escapatoria cuando se nos presenten los problemas. Pues nadie sabe cómo, la realidad es que, ante una dificultad en la vida matrimonial, si no se dio el portazo a las citadas relaciones pasadas, estas personas aparecen como por arte de magia en el momento más inoportuno.

2-Con la familia, como con el mulo: cuanto más lejos más seguro. Entiéndanme, no se lleven las manos a la cabeza: con los padres hay que romper el cordón umbilical. “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24). El espacio del nuevo hogar, de la nueva familia, es vital, y no se puede dejar que nadie entre en él. Ni siquiera nuestros padres. Los trapos sucios se lavan en casa, como suele decirse. Dejar que otros entren a opinar de nuestro matrimonio, por mucho que se les quiera, está terminante prohibido. Es tierra sagrada, intimidad entre Dios y los esposos. Nadie más.

3-Los amigos y las actividades, mejor en común. Hay que ser realistas: esta sociedad nuestra nos empuja hacia el individualismo, la autorrealización, y buscar nuestro propio espacio. Por ello, si en aquello que está en nuestra mano, en nuestro ocio, buscamos puntos de encuentro, actividades comunes, mejor que mejor. También con los amigos: personas que nos conozcan bien, y que sean de bien. Bien al cuadrado. Serán un buen aliado en la tempestad, fuente de consejos sabios, que no enfrenten a uno contra el otro. Especialmente si caminamos también junto a otros matrimonios.

4-Tener hijos no arregla nada. Lo cierto es que, por más deseados y amados que sean, los hijos son un reto para el matrimonio, un pequeño terremoto que nos obliga a salir de nuestra zona de confort, de nuestra comodidad. Con ellos se crean situaciones nuevas, dificultades nunca antes enfrentadas, que requieren de gran unión entre los esposos. Es fácil que entre ellos se creen problemas donde nunca antes los hubo. Por todo ello, si partimos de un matrimonio que está en serias dificultades, parece claro que es imprescindible atajarlas desde la raíz, y no albergar la falsa ilusión de que un hijo venga a solucionarlo todo (pues más bien será al contrario).

5-No esperes recibir. Te casas para hacer feliz al otro, para entregarte a él. Si tienes una lista de derechos y obligaciones, del debe y el haber, la puedes ir rompiendo. Esto no funciona así, al modo “tanto te doy, tanto he de recibir”. Hablamos de donación gratuita y desinteresada. La lista de “duras y maduras”, de “cales y arenas”, analizada desde nuestro hombre viejo, no te parecerá nunca equilibrada.

6-Cuidado con el trabajo. Tristemente, lo común hoy en día es que sea una fuente de absorción de tus energías, tu tiempo, tu vitalidad, tus ilusiones. Si no se tiene sumo cuidado, tenderá a dañar nuestra vida familiar. Al trabajo no le gustan las esposas/esposos, y mucho menos los hijos. Los ve como contrincantes de nuestro rendimiento. No dejemos que les ataque.

7-Ya no estás en el mercado. Se acabaron los coqueteos, los flirteos, el demostrarte a ti mismo que si quisieras aún estarías en disposición de conquistar a alguien. Presumir de algo así ante los amigos es una necedad. Y sin son amigos de los que hablamos en el punto 3, te recriminarán, no te aplaudirán. Cuidado con quien te celebre semejante actitud.

8-El dinero es el que es, y tenemos lo que tenemos. De por sí sabemos que el dinero es injusto. Lo normal en el hogar es que el dinero nunca sea suficiente (lo contrario, aunque parezca raro, es un mal síntoma). Empleémoslo con inteligencia, siguiendo la máxima de anteponer las necesidades del resto de la familia a las nuestras propias. Así nunca nos equivocaremos. Y ni que decir tiene que, lo gane quien lo gane, el dinero no le pertenece a uno mismo, ni da o quita derechos. Que nunca sea un tema central de las conversaciones del matrimonio.

9-Está prohibida la ley del silencio. Todo, absolutamente todo, ha de hablarse y compartirse entre los esposos. Bueno y malo. El primer pensamiento ante cualquier hecho de relevancia en nuestra vida, cualquier alegría, preocupación, dolor, etc., debe ser compartirlo con nuestro cónyuge.

10-Sólo hay un trío posible: aquel en el que Dios se sumerge entre los esposos. Si no hay una vida de fe común impregnada de Dios, todo se hará, cuanto menos, mucho más complicado. Sólo desde Él es posible ver al otro con nuevos ojos de amor cada día, volviéndole a elegir. A fin de cuentas, desde aquel día del sí quiero, el único y verdadero garante de nuestra unión, el que vela y se desvela por la nueva familia, es Él, es Dios. Que sea nuestro descanso. Amén.