La decisión de beatificar al Papa Pablo VI al concluir el sínodo extraordinario de los obispos que comenzó a evaluar los retos de la familia (5 al 19 de octubre de 2014), ha venido como “anillo al dedo”, pues existe un gran paralelismo entre lo que le tocó vivir a él y lo que ahora se encuentra viviendo el Papa Francisco de cara a temas claves como la nueva evangelización, el matrimonio, las uniones de hecho, el espiral de violencia, la falta de empleos, el parcial olvido de la liturgia, etcétera. Sin duda, puntos ante las cuales la Iglesia tiene una palabra importante que decir y llevar a la práctica; sin embargo, la línea es muy delgada entre responder adecuadamente y diluirse en medio de las modas. El mérito de Pablo VI fue precisamente mantener el equilibrio, el rumbo. Supo encarar los problemas y proponer soluciones creativas, sin salirse por ello de la doctrina, de la verdad. Y es que las enseñanzas de Jesús siempre dejan un margen de maniobra, porque él sabe que necesitamos renovar constantemente las formas sin alterar el fondo. Lo que hoy está buscando el Papa Francisco es justamente eso. Averiguar cómo llevar a cabo un arduo proceso de conversión pastoral y, al mismo tiempo, permanecer dentro de los parámetros de la fe en el Dios verdadero que se nos ha revelado en Cristo. Dado que no se trata de una tarea fácil, ha querido contar con las experiencias de los padres sinodales. Es un Papa que sabe escuchar y, al igual que Pablo VI, mantenerse en silencio hasta hacerse de elementos objetivos para poderse pronunciar.

 El pontificado (19631978) de Montini, tuvo muchas “primeras veces” en torno al Concilio Vaticano II, porque fue el primer Papa en subirse a un avión, viajar a Tierra Santa (1964) desde la época de Pedro y visitar los cinco continentes. Acercó la fe a las diferentes culturas y se abrió al diálogo sin perder la propia identidad. Hoy tenemos que seguir sus huellas. Dialogar siempre, pero sabiendo mantener la fe en la que hemos sido bautizados, pues perderla -so pretexto de alcanzar la unidad- es negociar lo innegociable. En este sentido, nos toca afrontar los retos que trae consigo el cambio de época a partir del margen de maniobra que nos ofrece el Evangelio. Es decir, renovar las formas pero manteniendo el fondo. Por ejemplo, si hay una dinámica que ya no resulta para evangelizar a las parejas de novios puede -y debe- ser sustituida, pero alterar la enseñanza de que Jesús es Dios queda fuera de toda posibilidad de cambio. Ese es el reto de nuestro tiempo. Comunicar desde lo que somos, pero hacerlo bien, muy conscientes de los nuevos lenguajes.

 Pablo VI hace pensar en un capitán que es llamado al puente de mando ante una tempestad inesperada que obliga a tomar el timón y sortear el oleaje que se estrella contra el casco. Supo hacerlo con una fe a prueba de todo. Además, sabía decir “si” o “no”, porque esa moda de movernos en la abstracción, en el “quizá”, lejos de ayudar a las personas en su itinerario humano y espiritual, solamente las confunde, haciéndolas “remar en círculo”; es decir, sin llegar a ninguna parte. Además, supo -consecuencia de su vida de oración- distinguir entre lo que se podía cambiar y lo que debía conservarse. De ahí que cuando estuviera en peligro la integridad de la Iglesia, optara por decidirse incluso en contra del parecer de la mayoría. Pedía consejo, se informaba muy bien del contexto, pero no dudaba en optar y actuar en consecuencia. Claro que esto le acarreó muchas incomprensiones, propias de quien vive las Bienaventuranzas, pero al final lo ha llevado a los altares, dejándonos como herencia el poder compartir la misma fe que animó a los discípulos.