He llegado al restaurante demasiado pronto. Cuando llegas a un restaurante así, de lujo, demasiado pronto, lo mejor es irse al bar de la esquina, pedir una cerveza y salir a fumar. El personal está ya como de fin de semana, porque es viernes, y uno anda solo; aunque en Madrid la soledad es escurridiza y casi nunca se la ve ni se la espera, mayormente cuando deambulas por zonas de restaurantes caros y bares con terraza.

O sea, que estaba yo con mi cañita cuando se acerca el mendigo:

-Disculpe usted, caballero.

-Diga.

-Que si sería tan amable de darme algo. Yo le doy unos “kleenex”.

No se puede ir a un restaurante de lujo a dejarse una pasta y no soltarle un par de pavos a un pobre.

-Gracias, buen hombre. Dios se lo pague.

Y a un servidor le ha dado por parafrasear a Don Jesucristo:

-Solo Dios es bueno. Nosotros somos un desastre.

-Eso digo yo, caballero. Nosotros somos un desastre, es verdad. Y Dios es bueno –me mira el mendigo con los ojos vidriosos del alcohólico y un destello de inocencia-. Dios es bueno porque no es “juzgador”, ¿sabe usted? Aquí muchos dicen que Dios es “juzgador” y no lo es. Porque Dios me conoce a mí y a usted. ¿Qué le vamos a contar a Dios? ¿Usted, caballero, se cree usted, caballero, que Dios no nos conoce? Pues nos conoce… Toda la mierda, ya me entiende… Toda la mierda que llevamos, caballero. Y Dios, se lo digo yo, Dios es “perdonador”.

-Sí, señor.

-Usted lo dice: solo Dios es bueno. Y es “perdonador”. ¿Quiere otros “kleenex”?

-No, muchas gracias. ¿Un pitillo?

-Bueno, mire, se lo voy a aceptar, caballero. Si le parece bien, me lo fumaré después, que cuando trabajo no gasto vicios. Gracias, caballero.

-Vaya usted con Dios.

-Y usted, caballero.

Y el mendigo abordó a una pareja pija que entraba en el restaurante. Y no lo hicieron caso. Y entonces se alejó un poco y encendió el cigarrito. Se conoce que ya había dejado de trabajar.

Así que, atusándome el bigote, con el humo de la penúltima calada en la boca, pedí otra caña. Brindé con el aire, en silencio, a la salud del mendigo teólogo y me dije que la vida es buena y que Dios es mucho más bueno. Pero, claro, hay que estar atento: a veces se te acerca el mismo Dios con los ojos vidriosos y no somos capaces de reconocerlo.