“‘¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?’. Ellos contestaron: ‘Unos que Juan el Bautista, otros que Elías....’. Él les preguntó: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo’. Jesús le respondió: ‘¡Dichoso tú, Simón, ...... Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.’”  (Mt 16, 1318)



         La pregunta de Jesús a los discípulos sobre la opinión de la gente sobre él parece tan actual como lo son las encuestas que continuamente se están haciendo en una sociedad como la nuestra, sometida al dictado de lo que piense la mayoría. Pero, en realidad, lo que a Cristo le interesa es saber lo que piensa sobre él cada uno de nosotros.

         Jesús nos pregunta directamente: ¿Quién soy yo para ti?. Y no se conforma con una respuesta de libro, teórica y retórica. Porque de poco sirve decir: "Eres el primero en mi vida", si luego, en la práctica, lo más importante es la televisión -a juzgar por el número de horas que pasamos ante ella en comparación con los escasos minutos que dedicamos a estar con el Señor rezando- o el trabajo o las diversiones.

         Sólo cuando reconocemos, con obras y no con palabras, el señorío de Dios en nuestra vida, sólo entonces Cristo puede confiarnos la tarea de evangelizar, de ser sus testigos, de ser piedras sólidas sobre las que poder construir el edificio de la Iglesia. Mientras tanto, por muchas cualidades que tengamos y por mucha necesidad que haya, Él no puede contar con personas para las cuales Dios es una cosa más y a veces ni siquiera eso. Dios te está necesitando, pero para poder encargarte el trabajo que te tiene encomendado quiere ocupar el primer lugar en tu corazón. Si no lo puede hacer, será culpa tuya.