Ocuparse de la liturgia no es algo superfluo o trivial. Recordemos lo que pensaba Fr. Yves Congar O.P., sobre el tema que nos ocupa: “El trabajo teológico al que he consagrado toda mi vida, excepto las interrupciones causadas por la guerra y mi encarcelamiento (¡he llevado puesto el uniforme siete años!), es inseparable de mi vida litúrgica. Es absolutamente necesario para mí ‘celebrar’ los misterios que abordo intelectualmente. Para mí, van de la mano”[1]. La dimensión celebrativa de nuestra fe, tiene que darse desde el “Sentire cum Ecclesiae” (Sentir con la Iglesia); es decir, respetando su pedagogía litúrgica. Como decía la Sierva de Dios Ana María Gómez Campos, F.Sp.S.: “El orden lleva a Dios”. No se trata de ser rigoristas, sino de hacer bien las cosas y favorecer un ambiente en el que puedan celebrarse los misterios del evangelio para que después se aterricen a la vida de cada uno. En los años posteriores a la clausura del Concilio Vaticano II, algunos pensaron que la liturgia alejaba a los jóvenes; sin embargo, lo cierto es que la música sacra -quizá porque escasea- se ha convertido en un medio -aprobado por los documentos conciliares- para que las nuevas generaciones se planteen la posibilidad de abrazar la fe de la Iglesia. Tampoco es que se trate de una moda. Más bien, ante tantas propuestas vacías que encontramos en la sociedad de nuestro tiempo, el que haya un espacio en el que Dios -y junto con él, la profundidad de la verdad sobre el sentido de la vida humana- sea el protagonista, atrae, despierta y concientiza. Sabemos de varios jóvenes ateos que asisten a Misa los domingos, motivados por los valores que transmite el coro litúrgico. Aunque no se han convertido, es un paso que se interesen por conocer la opción de la Iglesia. Cierto, nos toca dar a conocer el fondo, la esencia; sin embargo, la forma, el rito, también cuenta, porque es lo primero que perciben los sentidos.

Si no celebramos aquello que da sentido a nuestra fe, haremos del cristianismo una idea. Por esta razón, la liturgia aporta el clima más apropiado para que se pueda dar una experiencia de encuentro con Dios, quien se convierte en el centro, aquel que toma la iniciativa de hacernos parte de su proyecto en medio del mundo. Pudiendo prescindir de nosotros, ha querido incluirnos y enviarnos. Las celebraciones litúrgicas traen el sello inconfundible del silencio. ¡Las grandes cosas nacen y crecen sin hacer ruido! El que en los encuentros de la pastoral juvenil se utilicen cada vez con mayor frecuencia los cantos de Taizé no es una casualidad, sino la prueba de que hace falta recuperar ciertos aspectos que hemos perdido y, desde ahí, ofrecer nuevos espacios para favorecer la vida interior. Los jóvenes reciben de buena gana el “Veni Creator Spiritus”, porque sienten que eso es algo que nadie más les puede dar. Repetimos, no se trata de quedarnos en el ritualismo, pero sí de reconocer que la liturgia permite darle a Dios el uso de la voz. Lo que nos distingue del activismo, es la oración; especialmente, cuando faltan las palabras y pasamos de hablar a estar con Jesús.

El latín -sin que esto signifique quitar o menospreciar la música sacra en lengua vernácula- es un medio válido para todos los tiempos. ¿En qué sentido? Simple y sencillamente, porque tiene la cualidad de transmitir mucho con unas pocas palabras. De ahí que sea tan popular la cuenta (en latín) del Papa en Twitter. No hay que sentir miedo o alergia. ¿Quién puede discutir que el Ave María en latín ayude a entrar en la presencia de Dios? No es una vuelta al pasado, sino saber aprovechar la tradición de la Iglesia que continúa enriqueciéndose también hoy en las diferentes lenguas.

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[1] Dejar a Dios ser Dios, la oración del P. Congar. Entrevistado por Janin Feller y publicada en Prier, Abril 1981.