Así canta el salmo 88, y como todo salmo, anuncia a Cristo y se cumple en Cristo: "encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado". David, consagrado rey por Samuel, fue encontrado pastoreando y Samuel tomando el cuerno de aceite lo derramó sobre él. Entonces fue constituido rey, pastor de Israel.
 

El precioso salmo 44, salmo nupcial, leído cristológicamente, anuncia la realidad del Misterio de Cristo. Por su encarnación, Cristo "es el más bello de los hombres", "en sus labios se derrama la gracia, el Señor lo bendice eternamente". Él, el Señor, recibe la Unción: "por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros".
 
Recordemos también algunos textos proféticos. Sobre el Mesías que va a venir, el Señor y Salvador, el Niño que "nos va a nacer", "reposa el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu del temor del Señor" (Is 11). El mismo Señor, por boca del profeta, dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido, me ha enviado..." (Is 61).
 
Son unciones que consagran, transformando a la persona, llenándola del Espíritu Santo. A los sacerdotes, reyes y profetas se les ungía con aceite; al Señor Jesús directamente con el Espíritu Santo, de manera invisible, espiritual.
 
Jesús es el Ungido, el Señor y Mesías, sobre quien reposa el Espíritu Santo. Será ungido en su Encarnación cuando el Espíritu cubra con su sombra a la Virgen María; será ungido en el bautismo del Jordán, descendiendo el Espíritu sobre su naturaleza humana; será ungido en su gloriosa resurrección cuando el Espíritu vivifique su carne. Desde entonces, y ya para siempre, el Señor Jesucristo será el Señor del Espíritu, la fuente de toda gracia.
 
"En los Hechos de los Apóstoles, Pedro alude también a la unción que recibió Jesús, cuando recuerda "cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo" (Hch 10,38). Así como el aceite penetra la madera o las otras materias, de la misma manera el Espíritu Santo penetra todo el ser del Mesías-Jesús, confiriéndole el poder salvador de curar los cuerpos y las almas. Por medio de esta unción con el Espíritu Santo, el Padre realizó la consagración mesiánica del Hijo" (Juan Pablo II, Audiencia general, 24-octubre1990).
 
A nosotros se nos comunica el Espíritu Santo y se nos unge, no invisiblemente, sino de manera sacramental mediante los diferentes óleos, aceites santos, que son portadores de la gracia del Espíritu Santo.
 
Somos ungidos por el Ungido, participamos de su santa Unción para ser llenados del Espíritu Santo de manera que nos consagre, nos santifique, nos oriente, nos asista, nos ilumine, fortalezca, aconseje.
 
"La participación en la unción de la humanidad de Cristo con el Espíritu Santo pasa a todos los que lo acogen en la fe y en el amor. Esa participación tiene lugar a nivel sacramental en las unciones con aceite, cuyo rito forma parte de la liturgia de la Iglesia, especialmente en el bautismo y la confirmación. Como escribe san Juan en su Primera Carta, "estáis ungidos por el Santo" y esa unción "permanece en vosotros" (1Jn 2,20. 27)" (Juan Pablo II, Audiencia general, 24-octubre1990).
 
Lo que somos lo somos en cuanto ungidos por el Señor. 
 
Todo lo recibimos por Gracia. La liturgia y sus unciones sobre nosotros son su expresión.