La página evangélica del Sermón de la Montaña, es un comentario del Señor a algunos de los preceptos de la Ley. El Decálogo señala los derechos de Dios (los 3 primeros mandamientos) y los derechos del prójimo (los 7 restantes) que no deben ser lesionados sino respetados. Así se vive el Bien, es decir, no se hace el mal. ¡Qué menos!
 
 
Pero el Señor quiere algo más: no sólo que no hagamos el mal, sino que lleguemos a ser realmente buenos. Por eso es exigente y amplía la ley de manera que, lejos de ser un formalismo vivido como los fariseos, sea un camino mayor al amor. 
 
El centro está en el corazón: "ha pecado en su corazón". 
 
Tal vez no ha cometido el acto de adulterio, pero el corazón sí lo ha realizado; tal vez no ha matado a nadie, pero el corazón ha asesinado muchas veces condenando, juzgando, incapaz de pedir perdón y reconciliarse... Es el corazón el que ha de hacerse bueno, evitando el mal y obrando el bien. Tal vez lo primero lo hacemos, pero ¿y lo segundo? Tal vez -y sólo tal vez- no hacemos "daño a nadie", pero ¿hacemos de verdad el bien a alguien, el bien a todos?
 
Por ahí nos conduce el Señor y nos lleva a un mayor amor que guarda la Ley de Dios y sale del propio corazón, movido por su Gracia.
 

"En la liturgia de este domingo continúa la lectura del "Sermón de la Montaña" de Jesús, que abarca los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio de Mateo. Después de la Bienaventuranzas, que son su programa, Jesús proclama la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. De hecho, el Mesías, en su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y esto es precisamente lo que declara Jesús: "No penséis que vine para abolir la Ley o los profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento". Y, dirigiéndose a sus discípulos, añade: "Os aseguro que si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mateo 5, 17.20). Pero, ¿en qué consiste esta "plenitud" de la Ley de Cristo, y esta justicia "superior" que Él exige?
 
Jesús lo explica a través de una serie de antítesis entre mandamientos antiguos y su nueva manera de presentarlos. Cada vez comienza diciendo: "habéis oído que se dijo a los antepasados...", y luego afirma: "Pero yo os digo". Por ejemplo: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: ´No matarás´, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo os digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal" (Mateo 5, 21-22). Y así lo hace en seis ocasiones. Esta manera de hablar suscitaba una fuerte impresión entre la gente, que quedaba asustada, pues ese "yo os digo" equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, manantial de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho de que Él mismo "llena" los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en Él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por este motivo, todo precepto se hace verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un mandamiento único: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. "El amor es la plenitud de la Ley", escribe san Pablo (Romanos 13, 10)...
Queridos amigos: quizá no es casualidad el que la primera gran predicación de Jesús sea llamada "Sermón de la Montaña". Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo mismo de Dios que bajo del Cielo para llevarnos al Cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, Él mismo es este camino: lo único que tenemos que hacer es seguirle para vivir la voluntad de Dios y entrar en su Reino, en la vida eterna" (Benedicto XVI, Ángelus, 13-febrero-2011).