Las realidades últimas, objetos de nuestra fe, han sufrido una tergiversación en su explicación y en su lenguaje; tal vez por una mentalidad que se ha dejado influir por gnosticismos varios y espiritualismos. Pero, en general, la vivencia cristiana y el lenguaje que usamos apenas parece cristiano: se habla de vida eterna tras la muerte como algo diferente ("algo tiene que haber"), pero se hace cuesta arriba comprender qué es la resurrección de Cristo, qué será la propia resurrección de la carne, qué es la parusía o venida en gloria del Señor. Incluso la misma antropología, la forma de valorar y mirar al hombre, tampoco acaba de ser cristiana, pues el cuerpo se sigue considerando como algo que se tiene (y se manipula y se usa) en lugar de ver que la persona tiene dos co-principios, cuerpo y alma, y por tanto no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo animado por nuestra alma.
 
La fe cristiana requiere un lenguaje preciso que ayuda a comprender y vivir la fe. Vamos a recordarlo porque aquí se juega el centro del cristianismo, la verdad de la fe.
 
La resurrección de Jesucristo, que se hará extensible a todos al final de los tiempos, saca a la luz la verdad de la persona creada, cuerpo y alma. Sin esto, no entenderíamos jamás el alcance salvífico de la resurrección de Cristo y su valor de revelación para nuestro ser personal.
 
En la resurrección, hay una identidad corporal. Es este cuerpo nuestro el que resucita, glorioso y transformado. No otro cuerpo distinto, ni un espíritu humano, sino este mismo cuerpo.
 
"Toda la cuestión cambia de sentido si se la enfoca desde la óptica "ser -y no tener- cuerpo"; entonces resulta claro que lo que promete la esperanza cristiana no es la recuperación de una parte de mi ser humano, sino un ser hombre para siempre; ser "yo mismo", y serlo cumplidamente. Ese yo es cuerpo; el cuerpo es la totalidad del hombre uno asomándose al exterior, mostrándose y diciéndose (como el alma es esa misma totalidad una e indivisa en su interioridad y profundidad). Resucitar "con el mismo cuerpo" significa, en consecuencia y por de pronto, recobrar la propia vida en todas sus dimensiones auténticamente humanas; no perder nada de todo aquello que ahora constituye y singulariza a cada hombre" (RUIZ DE LA PEÑA, J.L., La Pascua de la creación. Escatología, BAC Sapientia fidei 16, Madrid 1998, 2ª ed., p. 173).
 
Un segundo concepto, la nueva creación.
 
¿Qué entendemos con ello? ¿Acaso que esta creación que somos y en la que vivimos es una primera que habrá de ser destruida para que empiecen a existir planetas nuevos? Más bien es afirmar, siguiendo el lenguaje bíblico, el destino feliz, bienaventurado, de todo cuanto ha sido creado y existe, pero transformado.
 
¿Cuándo se "acaba el mundo"? Cuando venga el Señor, pero no exactamente para acabarse, destruyéndose, sino para ser "nuevo".
 
"Si el hombre no puede ser sin el mundo, y si el mundo se polariza únicamente hacia el hombre, es claro que la consumación del uno ha de repercutir en el otro; el cosmos alcanza su destino al ser alcanzado por el destino de la humanidad. Tan impensable resulta una consumación autónoma de lo mundano como una consumación acósmica de lo humano; la doctrina de una nueva humanidad entraña la de una nueva creación" (Id., p. 181s).
 
Esta nueva creación es la transformación gloriosa, la redención, de esta misma creación, de este mundo que vemos, en el que vivimos, al que construimos con nuestro trabajo.
 
Cielos nuevos y tierra nueva, en el lenguaje bíblica, supone la transformación -no la destrucción- de lo creado.
 
"Cuando, por consiguiente, la fe nos habla de los cielos nuevos y la tierra nueva, no está haciendo otra cosa que formular hasta sus últimas consecuencias la verdad y realidad de la esperanza en la resurrección... Con dicha escatología lo único que la fe cristiana quiere decir es que, siendo el hombre expresión y sentido del mundo, y siendo el mundo (según la conocida frase) "el cuerpo ensanchado del hombre", o incluso su hechura, habrá de darse necesariamente una correlación recíproca en el estadio final de ambos. La tierra no es tan sólo el escenario indiferente e inmutable de la historia humana. Como ha participado en la gestación, nacimiento y desarrollo del hombre, participará asimismo en su consumación" (Id., p. 182).
 
Pero, ¿por qué todo esto? Porque la creación fue realizada con vistas a la escatología; lo creado espera la escatología como su fin, su destino feliz.
 
"El discurso cosmológico bíblico se sitúa siempre en un horizonte escatológico, ya desde el relato-poema de la gesta creadora de Dios (Gen 1,1-2,4), ajustándose a un axioma básico de la teología bíblica: la creación es para la salvación. O lo que es lo mismo: todo lo creado será salvado. Todo: no sólo los hombres, sino también las criaturas infrahumanas" (Id., p. 183).