Delicioso capítulo se abre ante nosotros, profundamente consolador y espiritual.
 
El Bautismo nos asoció a la Iglesia, incluyéndonos en la gran Comunión de los santos, donde los lazos invisibles son perdurables y santos. Cada uno de nosotros, cada uno de los bautizados, entra en la Comunión de los santos, ofreciendo y recibiendo. Recibimos de los demás invisiblemente, los santos nos acompañan, interceden, nos sostienen, rezan por nosotros. Pero nosotros, también, ofrecemos: entregamos todo al Señor para el bien de los demás.
 
Hay un fecundidad de lo ofrecido que fortalece la fe; llegamos más allá de lo que vemos, de lo concreto de nuestra pequeña realidad. Lo que ofrecemos llega a confines y personas desconocidos para nosotros, pero hermanos nuestros.
 
"Existen ciertos momentos en que un cristiano solitario, inmerso en un sufrimiento desconocido e incomprendido, cuya utilidad ofrece al Señor, se convierte en fuente de una nueva comunión... Soledad sin esperanza terrena, como tampoco la tenía ya el Crucificado; y que sin embargo hace surgir de las piedras, ´contra toda esperanza´, hijos de Abraham" (VON BALTHASAR, H. U., Católico. Aspectos del misterio, Encuentro, Madrid 1988, p. 65).
 
Lo ofrecido repercute realmente, invisiblemente, en la Comunión de los santos. Entonces somos miembros vivos, y el corazón se ensancha para abrazar a todos en esta Comunión en la medida en que ofrecemos.
 
Ofrecemos nuestras obras, nuestros dolores, debilidades, trabajos, para incluirlo en bien de los hermanos, de la Comunión de los santos.
 
"Puesto que Jesús ´murió por todos´, nadie debe vivir ni morir ya por sí solo (2Co 5,14s), sino que -con desinterés de amor- todo lo bueno que uno tiene, les pertenece a todos, con lo que surge un metabolismo infinito y una infinita circulación sanguínea entre todos los miembros del cuerpo eclesial de Cristo... No hay nada en la comunidad de los santos que sea privado, aunque todo es personal. Ahora bien, ´personas´ en sentido cristiano son precisamente aquellas que, en seguimiento de la persona humano-divina de Jesús, ´no viven ya para sí´ y tampoco mueren ya para sí" (VON BALTHASAR, H. U., Meditaciones sobre el credo apostólico, Sigueme, Salamanca 1991, p. 76).