El santo tiempo de Adviento, que es nuestro presente aguardando nuestro destino futuro, ha llegado a las ferias mayores, la semana previa del 17 al 24 de diciembre, ambos inclusive. Se acelera la preparación más inmediata a esta Natividad del Señor, litúrgicamente actualizada y hecha presente, en este año de gracia, en otro año de gracia.
 
 
 
Todo en la liturgia apunta a esta primera venida en carne del Verbo, a su venida que ya aconteció. La mirada, la celebración, la espiritualidad, acrecienta el deseo de Cristo que viene y aguardamos, si me permitís, con ternura infinita, a que el Verbo que ahora se está gestando en el seno bendito de la Virgen, salga como el esposo de su alcoba (cf. Sal 18A), nazca, brille, muestre el esplendor de su gloria.
 
La intensidad espiritual -y la belleza- de estas ferias mayores conforman nuestro espíritu a imagen de María, para aguardar al Señor con el mismo amor inefable de su Madre, con su silencio orante, pudoroso y recogido, con el deseo de recibir a Quien viene a salvarnos por puro amor. Este es otro tono espiritual, rebosante de esperanza, de alegría contenida, de deseos santos.
 
La liturgia, maestra de vida espiritual, escuela de cristianismo, forja nuestra alma en estos días en tonos distintos.
 

Ya la misma liturgia de la Palabra en las ferias mayores ha cobrado un giro distinto. Ahora el peso fuerte recae en el Evangelio, proclamando todas las perícopas de los evangelios de la infancia, previos al nacimiento del Salvador en cierto orden cronológico: 
 
 
y la primera lectura se armoniza como prefiguración o profecía de esos relatos evangélicos. A medida que se proclaman, el corazón de la Iglesia late más fuerte por la inminencia de la venida del Señor.
 
Las oraciones colectas (de gran antigüedad, provenientes de las fuentes litúrgicas más antiguas) fijan su plegaria en esta primera venida del Señor pidiendo gracia para vivir el Misterio y ser salvados. Lejos de nosotros considerar el nacimiento de Cristo como un nacimiento más, tierno, y vivirlo con el espíritu secularizado de los buenos sentimientos de fraternidad, paz universal, para convertirlo todo en unas "fiestas de invierno" con tono hogareño. Es un sentimentalismo que resta toda su fuerza al Misterio.
 
Pedimos a lo largo de estas ferias mayores la gracia salvadora del nacimiento de Jesucristo para nuestro "hoy", un avanzar más la historia de la redención para nosotros, hombres de este tercer milenio, igualmente necesitados de redención y salvación. Por eso oramos así y las mismas oraciones nos van mostrando el contenido teológico de la Natividad del Señor:
 
Dios, creador y restaurador del hombre,
que has querido que tu Hijo, Palabra eterna,
se encarnase en el seno de María, siempre Virgen,
escucha nuestra súplicas,
y que Cristo, tu Unigénito,
hecho hombre por nosotros,
se digne hacernos partícipes de su condición divina (17 de diciembre).
Concede, Señor, a los que vivimos oprimidos por la antigua esclavitud del pecado ser liberados por el nuevo y esperado nacimiento de tu Hijo (18 de diciembre).
 
Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María
has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria,
asístenos con tu gracia,
para que proclamemos con fe íntegra
y celebremos con piedad sincera
el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo (19 de diciembre).
 
Las ferias mayores, bien vividas, asimiladas interiormente, celebradas con la hondura y belleza que poseen en la divina liturgia, serán la mejor escuela espiritual para vivir el misterio del Nacimiento del Redentor.