¡Señor, auméntanos la fe!
 
La petición de los discípulos hemos de hacerla nuestra también nosotros. Al fin y al cabo, siempre hemos de buscar el clarificar y robustecer la fe, cuando se puede encontrar debilitada, fría, acomodaticia o con el virus de la secularización.
 
Volvamos los ojos a Cristo para robustecer y afianzar la fe -esto siempre- y crezca el gozoso sentido de pertenencia a la Iglesia, columna y fundamento de la Verdad, la que conserva el depósito de la fe transmitiéndolo.
 
Una vez más será la sabia palabra de Pablo VI, en una catequesis, la que va a servirnos para formarnos y profundizar. Leedla como quien nada sabe, como quien por primera vez oye estas verdades, dejaos impactar y pensad luego despacio.
 
 
"Ante vosotros, queridos visitantes, peregrinos a esta tumba del Apóstol Pedro, brotan en nuestros labios las palabras que Cristo dijo en la última cena a sus discípulos, cuando sólo quedaban once, después de la salida del traidor: ´No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y también creed en mí" (Jn 14,1). Sí, es lo que deseamos para vosotros, lo que os recomendamos: tened fe en Dios y tened fe en Cristo, es el tema del año que, a finales de este mes, va a concluirse, y que precisamente Nos mismo llamamos el Año de la Fe en memoria y honor del centenario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
 
Al pronunciar estas palabras solemnes y benditas advertimos el contraste que encuentran con las ideas turbulentas que corren por el mundo contemporáneo sobre el santo nombre de Dios, y que, como tremenda oleada, ahogan la fe de muchos hombres de nuestro tiempo. Estas ideas, habréis oído hablar de ellas sin duda, acaso las habéis escuchado como una agresión contra vuestro espíritu, y quizá se han insinuado en vosotros como una solución lógica y convincente, estas ideas son muchas, graves y complicadas, adquieren nombres nuevos y extraños: secularización, desmitización, desacralización, oposición global y, finalmente, ateísmo y antiteísmo, es decir ausencia o negación de Dios, bajo muchos aspectos, siguiendo las escuelas filosóficas de las que procede este rechazo de Dios, o los movimientos sociales y políticos que lo defienden o lo promueven, o el descuido práctico de todo sentimiento y de todo acto religioso.
 

¿Todavía es posible creer en Dios?

 
¡Un torbellino tenebroso arremete hoy contra la fe en Dios! Hasta el punto que podemos resumirlo todo en una pregunta: ¿Es hoy todavía posible creer en Dios? Problema formidable, que exigiría volúmenes para responderlo. Nosotros lo proponemos aquí, no con ánimo de discutirlo como conviene en un estudio adecuado, sino para recordaros las palabras de Cristo que hemos mencionado: no temáis. Tened fe. Es decir, nos es suficiente ahora daros confianza con la exhortación del Maestro divino: sí, todavía es posible hoy creer en Dios y en Cristo. Podemos llevar esta afirmación un poco más lejos: hoy se puede creer en Dios mejor que ayer, si es verdad que hoy el entendimiento humano está más desarrollado, más educado en el pensar, más inclinado a buscar las razones íntimas y últimas de todas las cosas.
 
Pues todo está en esto: en saber pensar bien. Cuando hablamos de esto conviene recordar que en esa gran pregunta la palabra "fe" la entendemos en su primer significado de conocimiento natural de Dios, es decir, ese conocimiento que podemos tener sobre la divinidad con las fuerzas ordinarias de nuestro pensamiento; pues, hablando de "fe" como verdadero conocimiento sobrenatural de Dios, derivado de su revelación, entonces las fuerzas ordinarias de nuestro pensamiento son necesarias y sirven, desde luego, pero no son suficientes; deben recibir el apoyo de un especial auxilio de Dios, llamado gracia; la fe es entonces un don que Dios mismo nos concede; es esa virtud teologal que, a pesar de la oscuridad de misterio que siempre rodea a Dios, nos da la certeza y el gozo de muchas verdades relativas a Él. Ahora nos referimos al primer significado, que podemos llamar conocimiento racional de algunas verdades religiosas, la primera de ellas la existencia de Dios, que es una verdad hoy tan discutida y atacada.
 
Una verdad afirmada por el Concilio Vaticano I
 
Sostenemos que es una verdad fundamental, no arrinconada por las innumerables objeciones movidas contra ella. Y atendamos: una cosa es afirmar que Dios existe y otra cosa sería afirmar Quién es; podemos conocer con certeza la existencia de Dios, sin embargo, conoceremos siempre muy imperfectamente la esencia de Dios, es decir: Quién es (cf. Santo Tomás, Summa C. Gentes, 1, c. 14).
 
Para llegar a la certeza de esa inefable y soberana existencia decíamos que es suficiente pensar bien. Nos lo garantiza la doctrina categórica del Concilio Vaticano I, el cual, haciendo suya la doctrina secular de la Iglesia, y, podemos añadir que también de la filosofía humana, afirma que: "Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad mediante la luz natural de la razón a través de las cosas creadas" (Denz. S. 3004). ¿Por qué entonces tantos hombres, incluso muy doctos, dicen lo contrario? Respondemos: porque no emplean su entendimiento según sus leyes auténticas del pensamiento que busca la verdad.
 
Somos conscientes de que estamos diciendo una cosa grave. Podríamos discutir horas y horas sobre el deber y el arte del bien pensar, según las exigencias y los criterios de la auténtica sabiduría humana, y según la lógica que exige la misma ciencia y el discurrir honrado y correcto del sentido común. Esta línea del pensamiento religioso, que parece tan evidente e inscrita en la mente sana del hombre, y en la relación de verdades que ésta consigue establecer con las cosas conocidas, es hoy rechazada como una pretensión ingenua y anticuada, siendo así que es y será siempre el camino maestro que conduce indefectiblemente al espíritu humano desde el mundo sensible y científico hasta las puertas del mundo divino.
 
La objeción de la mentalidad técnica
 
Dejemos a un lado, a propósito, la obligada mención de los sistemas filosóficos relativos a este máximo problema. Nos impide hacerlo el carácter elemental de nuestra charla. Pero nos limitaremos a señalar uno de los mayores obstáculos que se presentan hoy en el camino del pensamiento hacia su meta final, Dios, que da sentido y valor a toda la ciencia humana; nos referimos a la mentalidad técnica, que fundamenta sus raíces en la mentalidad científica y se complace en su florecimiento en el campo maravilloso de los instrumentos innumerables y poderosos que pone en las manos del hombre, orgulloso de sus inventos, liberado de sus fatigas físicas, proyectado en el reino de la ciencia-ficción, donde todo parece explicable y posible, sin recurrir con el pensamiento ni con la oración a un Dios trascendente y misterioso. El predominio de las cosas y de las fuerzas naturales, la primacía atribuida a la acción práctica y útil, la organización totalmente nueva de la vida como resultado del múltiple empleo de la técnica quitan al hombre el recuerdo de Dios y apagan en él la necesidad de la fe y de la religión. Ya nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, en un maravilloso análisis de este tema, en el radiomensaje de Navidad de 1956, hablaba del "espíritu técnico", que empapa a la mentalidad moderna; y lo definía "como aquello que considera como el más alto valor humano y vital sacar el mayor provecho a las fuerzas y a los elementos de la naturaleza" (Discursos y radiomensajes XV, p. 522). Y también: "El concepto técnico de la vida no es, pues, otra cosa que una forma particular del materialismo, en cuanto ofrece como última respuesta al problema de la existencia una fórmula matemática y de cálculo utilitario" (Ibíd, p. 527).
 
La aclaración del Concilio Vaticano II
 
Pero si esto, como ha reconocido el Concilio, "puede hacer con frecuencia más difícil el acceso a Dios" (GS 19), de por sí no lo impide, más aún, debería facilitarlo con el estímulo del descubrimiento de las profundidades existenciales de la naturaleza y con la experiencia del ingenio humano, que no inventa esas profundidades, sino que las descubre y las utiliza. Hay que tener los ojos abiertos, es decir: emplear la inteligencia, como se puede y se debe, para mirar más allá de la pantalla sensible y buscar tanto las causas esenciales como las finales de las cosas.
 
En este caso se descubre la transparencia del reino divino y, lejos de menospreciar el reino de la naturaleza y la ciencia, que lo explora, y la técnica, que lo domina, esta trasparencia ilumina estos estupendos valores con una belleza nueva y liberadora, que descarga al mundo tecnológico de ese sentido de organización opresiva y de la angustia consiguiente, que procede de los límites propios del círculo materialista, y que precisamente en estos días se desborda en rebeliones violentas e irracionales, como queriendo denunciar la insuficiencia radical de nuestra civilización sin sacralidad para satisfacer las inalienables exigencias del espíritu humano. Dios es necesario, como el sol.
 
Debemos creen en Dios, no en nuestro Dios
 
Y si nosotros los hombres modernos necesitamos tanto trabajo para percatarnos de ello, es señal de que debemos purificar el concepto banal y falso, que con frecuencia nos hacemos de la divinidad, e intentar sin pose el esfuerzo de dar al nombre de Dios la riqueza infinita de su trascendencia abismal y la dulzura inefable, llena de reverencia y de amor, de su omnipresencia, de su inmanencia. Debemos "creer en Dios".
 
¿Pero, no es demasiado difícil para nosotros este esfuerzo, al que la mentalidad moderna nos ha llevado, hasta acostumbrarnos a la expresión blasfema de nuestra ceguera: Dios ha muerto? Es difícil. Pero aquí está el Maestro, que añade: "También creed en mí". Cristo nos capacita para la fe, tanto natural como sobrenatural. Nos lo recuerda San Agustín: "Para que (el hombre) caminase con mayor confianza hacia la verdad, la verdad misma, Dios, Hijo de Dios, hecho Hombre, sindeja r de ser Dios, estableció... y fundó la fe, con objeto de que el camino del hombre hacia Dios estuviera abierto al hombre por medio del Hombre Dios. Pues Él es mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús" (De Civitate Dei, XI, 2, PL 41, 318; y cf. Constitución dogmática Dei Verbum, n. 6).
 
Volved a escuchar su voz, hijos carísimos: "Creed en Dios y también creed en mí". Es la voz de la verdad y de la salvación".
 
(Pablo VI, Audiencia general, 12-junio-1968).