Siete pecados que como mal que mal todos podríamos enumerar, son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza. Para mí el peor de todos, la envidia, pero eso es harina de otro costal que tendremos que moler en ocasión diferente, porque la pregunta que me formulo hoy en bien otra, a saber: ¿de dónde viene esta curiosa clasificación de los pecados que llega a clasificarlos en siete capitales?
 
            Ante todo conviene definir qué se entiende por capital, que no es, como muchos podrían creer, necesariamente los más graves, sino aquéllos que “generan otros pecados”, como con toda claridad define el “Catecismo de la Iglesia Católica” de 1997 en su número 1866.
 
            Antes, Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica, ya había definido el pecado capital como aquél “que se ordena a un fin muy apetecible, de tal modo que, al apetecerlo, el hombre llega a cometer muchos pecados, todos los cuales se dice que proceden de aquel vicio como de un vicio principal”. (SumTe. II-II:153:4)
 
            La sistematización de los pecados en capitales en el campo de la literatura cristiana es muy antigua. Autores tan tempranos como Cipriano de Cartago (m.. 258) en su obra “De Mortalitate”, Evagrio Póntico (345-399) en su obra “Sobre los ocho vicios malvados”, o San Juan Casiano (h.360-435) en sus “Colaciones”, todos los cuales llegan a ocho pecados capitales, ya tratan el tema.
 
            La definitiva catalogación en siete pecados y los que efectivamente enumera hoy el Catecismo se la debemos al Papa San Gregorio Magno (540-604) en su obra monumental “Expositio in librum Iob”, más conocida como “Moralia in Job” (“Costumbres en Job”), -comentario al texto veterotestamentario que es el “Libro de Job”-, composición estructurada en seis partes y treinta y cinco libros nada menos, escrita por el que fuera el primer Papa monje antes de ser elegido para ocupar la silla de Pedro.
 
            Y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
            ©L.A.
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