Alguna vez, mi querido señor obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, -Juanjo para tantos amigos como le abrazan-, nos hemos saludado por la calle, y hace ya unos meses, nos encontramos en la sala de espera del doctor Caracuel, un médico también amigo, surgiendo entre nosotros un diálogo chispeante y una comunicación cercana. Fueron unos minutos deliciosos. Al poco tiempo, llegó tu libro "Sólo soy la voz de mi pueblo", donde nos cuentas tus experiencias desde 1980, cuando llegaste a África por primera vez, donde nos ofreces tantos paisajes dolorosos como latidos luminosos, donde derramas tu corazón de pastor bueno, generoso, entregado, sacrificado.

Alguien ha escrito sobre ti, estas palabras tan hermosas: "En la vida de Juanjo, no hay dias normales, porque su normalidad es el regalo de terminar el día con vida. Se despierta a las cinco de la mañana para comenzar su jornada con el desayuno de la oración, el rezo de Laudes y la celebración de la Misa. Es más que un hombre de Dios, la prueba fehaciente de que Dios les da las batallas más difíciles a sus mejores soldados". Tu libro, desde que fuera presentado por la editorial PPC, se nos ha convertido a todos, no sólo en manantial de paisajes estremecedores, sino en reflexión urgente y permanente de lo que es la vida, de lo que es la muerte, de lo que es la fe. Y así lo proclamas en sus páginas: "Morimos para nacer a otra vida y, cuando morimos, nacemos".

Tú, querido obispo y hermano, has dejado "la voz de tu pueblo" en nuestro corazón, para que aprendamos que todos los pueblos tienen un clamor, una angustia, unas heridas, unos pobres, unas víctimas, unos desgarros sangrantes, unas guerras. Y nos ha comunicado con la ternura de los que aman que "Dios llora en las guerras". Y esas "lágrimas" han empapado nuestras almas hasta la ternura, que tantas veces nos pide el Papa Francisco. Gracias, querido obispo de Bangassou, no sólo por el libro que nos has regalado sino por el testimonio que lo acompaña, y sobre todo, porque nos presentas a un Dios que no juzga, que perdona, que conjuga la misericordia en todas sus acepciones posibles. Gracias por tu "voz", convertida en aldabonazo para nuestras conciencias libres. Y un abrazo enorme a tu corazón de buen pastor.