Únicamente los cristianos valoran las cosas en su justa apreciación y no tienen los mismos motivos para alegrarse o entristecerse de ellos que el resto de los humanos. A la vista de un atleta herido, llevando en su cabeza la corona de vencedor, aquel que nunca ha practicado deporte considerará únicamente el hecho las heridas y el sufrimiento. No se imagina la felicidad que proporciona la corona. Así reacciona la gente de la que hablamos. Saben que nosotros padecemos pruebas, pero ignoran por qué las padecemos. No miran más que nuestros sufrimientos. Ven las luchas en las que estamos comprometidos y los peligros que nos acechan. Pero las recompensas y las coronas les quedan ocultas, al igual que la razón de nuestros combates. Como lo afirma San Pablo: “...nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos, no tenemos nada, pero lo poseemos todo.” (cf 2Cor 6,10)... 

Soportemos con valentía la prueba por causa de Cristo por los que nos contemplan en el combate; soportémosla con alegría! Si ayunamos, saltemos de gozo como si estuviéramos rodeados de delicias. Si nos ultrajan, dancemos con alegría como si estuviéramos colmados de alabanzas. Si sufrimos daños, considerémoslo como una ganancia. Si damos a los pobres, convenzámonos que recibimos más... Ante todo, acuérdate que combates por el Señor Jesucristo. Entonces, entrarás con ánimo en la lucha y vivirás siempre en la alegría, ya que nada nos hace más feliz que una buena conciencia. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la segunda carta a los Corintios, 12,4) 

Felicidad ¿Soy feliz? ¿Qué es ser feliz? ¿Es como quien gana en una competición deportiva? Es decir, algo efímero que queda en el recuerdo como un logro de otro tiempo o momento. ¿Ser feliz es estar riendo todo el día o con una sonrisa de anuncio de dentífrico? Si buscamos a un cristiano que ría todo el día seguro que no lo encontramos ni entre los santos. 

¿Fue Cristo riendo cuando le prendieron? ¿Se rió cuando le ultrajaban? Evidentemente no lo hizo ya que el dolor y el sufrimiento no se pueden olvidar poniendo una falsa sonrisa que a nadie convence. La felicidad no es reír, ni estar contento, ni pasarnos el día bailando por los problemas que llevamos encima. La felicidad no es una meta efímera, sino un síntoma de algo mucho más profundo: el equilibrio entre fe, esperanza y caridad. Un equilibrio que nos permite sentir que cada acto de nuestra vida tiene sentido, incluso las lágrimas o el miedo. 

Dice San Juan Crisóstomo que “que nada nos hace más feliz que una buena conciencia”. Conciencia que conocimiento de sí mismos y confianza en que cada uno de nuestros actos está en sintonía con la Voluntad de Dios. Si nos ultrajan por causa de la injusticia, somos bienaventurados. Si nos persiguen por causa de Cristo, somos bienaventurados. Si padecemos por defender la Verdad, somos bienaventurados. Somos bienaventurados si vivimos con un sentido, que es Cristo. Incluso si el sufrimiento nos lleva al llanto, ese llanto tiene sentido porque es consecuencia la Esperanza que nos llena. A veces, en la tribulación podemos llegar a mostrarnos alegres, ya que Cristo nos llena de Luz y Amor. No sonreímos por el dolor y el sufrimiento que padecemos, sino porque sentimos que el Señor nos llena de su Gracia.

Para quienes no tienen Fe, Esperanza y Caridad, “las recompensas y las coronas les quedan ocultas, al igual que la razón de nuestros combates”. Nos mirarán como a seres extraños cuya vida tiene sentido más allá de los padecimientos que vivimos. Incluso si nos sobrevienen los fracasos y hemos realizado esfuerzos tremendo e inútiles, sabemos que Dios es capaz de sacar bien hasta de la muerte de su propio Hijo. 

Dios quisiera que fuésemos felices independientemente de las circunstancias que nos toca vivir. Su amor nos ofrece esta capacidad de esperar que aparezca un bien de cualquier mal que tengamos que padecer. Quien nos vea levantarnos del suelo y seguir adelante se preguntará qué nos mueve para no quedarnos lamentando nuestra mala suerte. “No se imagina la felicidad que proporciona la corona”, la corona de saber que incluso en la tristeza y el sufrimiento, Dios actúa para que el bien sea sobreabundante. Por eso la Esperanza no desaparece, la Fe se robustece y somos capaces de actuar con caridad con los demás.