¡Felicidades, monjes y monjas de clausura, en esta jornada eclesial que celebramos, el Dia pro Orantibus, dedicado a vosotros, en esta fiesta tan hermosa que nos sumerge en el misterio de Dios con la solemnidad de la Santísima Trinidad! En esta jornada, la Iglesia y cada uno de nosotros queremos devolveros, con nuestra oración y afecto, lo mucho que os debemos.
Vosotros hacéis de vuestra vida una donación de amor, una ofrenda a la Santísima Trinidad y una plegaria constante por la Iglesia y por todos nosotros.

Vosotros, monjes y monjas de clausura, nos recordáis cada día nuestra vocación más profunda y nos ofrecéis el testimonio de la vivencia gozosa de esa vocación.
Llamados y consagrados por el Señor y habiendo respondido con espiritu de fe a su llamada, en la soledad y el silencio, en la escucha de la Palabra de Dios, en el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y el trabajo, dedicáis toda vuestra vida y actividad a la contemplación de Dios. De este modo, contribuís, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios.

Una vez más, en esta jornada dedicada a los monasterios, recordamos aquellas hermosas palabras de san Juan Pablo II: "Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espiritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de la celestial".
¡Felicidades para todos vosotros, monjes y monjas de vida contemplativa, maestros y testigos del amor más grande y de la vida en Dios y para Dios, que todos estamos llamados a vivir! ¡Felicidades de corazón! Hoy, con la mente y el corazón, recorremos vuestros claustros, percibimos vuestro silencio, escuchamos vuestras oraciones, nos unimos a vuestros anhelos, compartimos fraternalmente vuestras necesidades, ayudándoos generosamente.