Ayer el Papa Francisco durante su visita a Tierra Santa, depositaba una corona de flores ante la tumba del fundador del sionismo, Theodor Herzl. Y alguno se habrá preguntado: “y bien ¿qué es esto del sionismo? ¿quién era este Theodor Herzl?”. Pues bien, como a lo primero ya dimos cumplida respuesta en su momento (puede Vd. pinchar aquí para conocerla), toca darla hoy a lo segundo. Y eso es, precisamente, a lo que me dispongo aquí y ahora.
 
            Theodor Herzl, la persona ante cuya tumba hizo el Papa una ofrenda floral, nace el 2 de mayo de 1860 en Budapest, en lo que es entonces el Reino de Hungría, durante los tiempos del Imperio Austro Húngaro, cosa que hace en el seno de una familia judía germanoparlante originaria de la ciudad de Zemun, en Serbia, en un ambiente burgués y acomodado.
 
 

           Estudia hasta los diez años en una escuela judía, luego en una escuela laica que ha de abandonar a causa del ambiente antisemita reinante en ella, y por fin en una escuela protestante. Al morir su hermana Paulina en 1878, su familia se traslada a Viena, en cuya universidad realiza el doctorado de derecho. Theodor se dedica a la profesión jurídica, que alterna con su pertenencia a la asociación “Burschenschaft” por la unificación alemana, una pertenencia en la que Herzl demuestra ser un hijo de su época, pues corren los tiempos en que los judíos alemanes y de otros países se sienten nacionales de esos países, y sólo aspiran a ser el mejor de los patriotas.
 
            En 1891 consigue un trabajo como corresponsal de la agencia Neue Freie Presse en París, donde le tocará hacer el seguimiento del famoso “caso Alfred Dreyfus”, un capitán judío del ejército francés injustamente acusado de espiar para Alemania, el cual propicia en Francia un ambiente antisemita que, entre otras consecuencias, tiene la de conducir a nuestro Theodor hacia el sionismo.
 
            Poco, apenas dos años, tarda Theodor en volcar su nuevo ideal sionista en una obra, “Der Judenstaat: Versuch einer modernen Lösung der Judenfrage” “El Estado judío: ensayo de una solución moderna de la cuestión judía” que publica en 1896 y en la que propone la creación de un estado para todos los judíos del mundo, la cual irá seguida seis años después por “Altneuland” (“La Vieja Nueva Tierra”), sobre la viabilidad del estado que propone.
 
            Contrariamente a lo que cabría esperar, el libro no es bien acogido entre los judíos, sobre todo entre los mejor instalados, como es el caso de la familia Rothschild, más interesados, como ya se ha dicho, en asimilarse con sus connacionales que en exaltar su judaidad, pero le vale a Herzl convertirse en el principal portavoz de sionismo.
 
            Un año después, Theodor funda en Viena “Die Welt” (“El Mundo”), el primer órgano sionista oficial, y organiza el Primer Congreso Sionista, que tendrá lugar en Basilea, en Suiza, en el que se toman varias resoluciones, entre las cuales la adopción de un Himno Nacional, la Hatikva, y una bandera; la compra de tierras y la formación de los famosos “kibutz”; el traslado de judíos hacia Palestina, y la elección de Herzl como su presidente, cargo que no abandonará hasta su muerte.
 
            Herzl inicia al tiempo una intensa actividad diplomática que le lleva a visitar al Sultán de la Sublime Puerta en Estambul, al Kaiser en Alemania, a Joseph Chamberlain, secretario británico de estado para las Colonias, y a otros mandatarios, o a asistir en 1899 a la Conferencia de Paz de La Haya, en la que se reglamenta la guerra, se crea un tribunal internacional de arbitraje y se realiza un intento de limitación de los armamentos.
 
            En éstas está, en plena actividad, cuando el 3 de julio de 1904 viene a morir en Edlach, en Austria, de una insuficiencia cardíaca, a la tempranísima edad de 44 años. Entre sus últimas voluntades la de descansar junto a su padre “hasta que el pueblo judío me conduzca a Eretz Israel”, donde sus restos reposan desde 1949 en Jerusalén. Y no en cualquier sitio, sino en un monte que lleva precisamente su nombre, el monte Herzl, el mismo en el que el Papa Francisco ha depositado ayer una corona de flores.
 
            La mecha encendida por Herzl prenderá, al poco de morir el visionario judío húngaro, en la llamada “Declaración Balfour”, realizada por el entonces secretario de relaciones exteriores británico Arthur James Balfour en 1917. Unas décadas después los eventos de todos conocidos acontecidos durante la Segunda Guerra Mundial que conducen a la terrible Shoah que ayer evocaba Francisco ante su tumba, convierten el sueño de Herzl en el de todos los judíos del mundo.
 
            Theodor Herzl es considerado el padre del Estado de Israel, su imagen está presente en las dependencias oficiales israelíes, y su nombre adorna el de ciudades, escuelas y calles de todas las ciudades israelitas.
 
            Gozó entre sus amistades de la de Stefan Zweig, otro judío como él, uno de los grandes escritores del s. XX, autor de los "Momentos estelares de la Historia" (conozca pinchando aquí el momento estelar que Zweig no pudo escribir) cuya figura hemos tenido ocasión de glosar en esta columna y que dedicó a Herzl un capítulo de su magnífica obra "El mundo de ayer. Memorias de un europeo".

            Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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