No tienen buena fama, se les atribuyen las peores atrocidades. ¿A cuántos de Vds. no les han contado el famoso chascarrillo de que en los registros civiles españoles no se recoge una sola defunción de un chino porque sus cuerpos desaparecen como por arte de magia y sus documentos de identidad les son entregados a otro chino? ¿A quién no le han contado que el famoso cerdo agridulce es en realidad perro, cuando no otro vertebrado más menudo y emblemático? Se dice que son desconfiados, que viven en ghettos, que se agrupan como animales, que no se relacionan, que no se integran, que no tienen sentimientos… y de ahí en más lo que Vds. quieran.
 
            El de los chinos es el “racismo tolerado”. Más aún, es el “racismo progre”. Nadie puede decir nada de un negro. Nadie puede decir nada de un musulmán. Nadie puede decir nada de un gitano. Pero todas las estrecheces se tornan anchura si de los chinos se trata, y todos tenemos venia para, -eso sí, una vez resuelto nuestro problema cuando a punto de meter el bizcocho en el horno nos damos cuenta de que nos falta el azúcar y todas las tiendas ya están cerradas menos las chinas,- decir de ellos barbaridades que no quiero ni repetir, pero que Vds. conocen tan bien como yo. Con los pobres vale todo: el chascarrillo, el chiste malo, la vulgaridad, la calumnia, la infamia, la falacia, la mentira…
 
            El refranero tiene un lugar para ellos. Muy antiguo además. Anterior incluso a que en España hubiéramos visto un chino. Se dice “trabajar como un chino” (por algo será, ¿no les parece?); se dice “le engañaron como a un chino”; de algo que es incomprensible se dice “me suena a chino”
 
            Yo admiro mucho a esos chinos que viven entre nosotros. Más allá de que como a toda regla no le falten excepciones, los considero sumamente trabajadores. No sólo trabajadores, sino grandes emprendedores. Un chino sólo trabaja para otro chino, y eso, si no trabaja para sí mismo... o para su familia… Por cierto, para su familia, que tienen un concepto de la familia como ya no conocemos en Europa. No saben de horarios, no se quejan de lo que trabajan, no piden subvenciones… A veces me pregunto si no es eso lo que, sin confesarlo, menos nos gusta de ellos: personas que trabajan de sol a sol, que no cierran el establecimiento, que no van a la huelga… ¡habrase visto descarados!
 
            La comunidad china no produce problemas “cotidianos” a la que los acoge. No imponen festividades, no imponen costumbres, no desprecian las de quienes los acogen… ¡no conspiran! ¿Se han dado Vds. cuenta de que muchos de ellos incluso eligen cuando están en España nombres tan divertidos como Paco, Pepe, Emma o Chelo? Y no eligen Curro por razones obvias que no necesito explicar a Vds..
 
            Se dice que no socializan… ¿pero cómo lo van a hacer los pobres con ese idioma endiablado que tienen, que sea chino mandarín, que sea chino cantonés, que sea uno de los cientos de chinos que se hablan en el país-continente? ¡Y por cierto, tan musical! ¿Sabían Vds. que el chino se habla en cuatro notas musicales y que no significa lo mismo una palabra cuando dicha en una nota que cuando dicha en otra?

            Y sin embargo, les voy a decir una cosa… lo único que diferencia a un chino de segunda generación de un español son sus rasgados ojos, porque por lo demás, es proverbial la capacidad de adaptación de un chino a las costumbres y hábitos de la sociedad que lo acoge, muy superior a la de muchas comunidades que por geográfica e históricamente más cercanas, deberían tenerlo mucho más fácil que ellos.
 
            Y a España, -¡qué les voy a decir a Vds.!- le han hecho mucho bien. Díganme si no ¿dónde encontraban Vds. una bandera española en este país "extraño" antes de que llegaran los chinos?

            Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
 
 
                Dedicado a Jesús Barrera, mi gran amigo, admirador como yo de los chinos que han elegido vivir entre nosotros, y de cuya conversación nació este artículo.
 
 
            ©L.A.
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