Era un cura corriente y ella, un tanto esquinadita por la izquierda, con sentido religioso, pero con una serie de ideas progresistas, aunque ambos coincidían en cuestiones, podríamos decir, de iglesia.

Un buen día, a la salida de misa, se encuentran, se dan los buenos días y ella le dice: Señor cura, hace algún tiempo quería hablar con Vd. sobre el aborto; supongo que, como miembro de la Iglesia, lo rechaza, pero yo no lo tengo claro. Yo creo que a nadie le gusta abortar, pero hay casos un poco difíciles en que está en juego la libertad de la madre en cuanto a continuar con el embarazo o a interrumpirlo. ¿No le parece?

EL CURA: Bueno, vamos a reflexionar un poco ya que me lo pides. Pero antes de comenzar, quiero advertirte que tú eres tan miembro de la Iglesia como yo, y ambos, si queremos ser coherentes con nuestra fe cristiana, debemos rechazarlo de plano, sencillamente porque ésta es la enseñanza de la Iglesia, y punto. Pero siempre podemos dialogar, claro. ¿A qué dificultades te referías al hablar de algunos casos difíciles?

LA ABORTISTA: Por ejemplo, cuando el niño viene un poco deforme, o con una enfermedad que les va a complicar la vida a los padres, o cuando tiene peligro la madre de quedar enferma para toda la vida, o cuando la familia ha aumentado mucho y les va a ser difícil mantener un hijo más, es decir a situaciones de este tipo. Y, además, ¿por qué no?, cuando no quiere tener el hijo, porque para eso es libre y nadie tiene por qué meterse con ella. Es mi opinión.

EL CURA: Y mi opinión es la contraria, como comprenderás. Pero ¿y el niño? Noto que te centras en la madre y no hablas del niño y éste es un ser vivo como tú y como yo, y está viviendo en el seno de la madre. ¿Tiene derecho a vivir y a que le defiendan ese derecho? Y si tiene derecho a vivir, ¿tiene derecho la madre a quitarle la vida? Porque si lo tiene, supongo que será porque los seres enfermos para toda la vida, o que han nacido deformes, o están incapacitados para defenderse a sí mismos, porque les causan molestias a sus familiares o a la sociedad, se les podrá quitar la vida. Por ello, el argumento sería el siguiente: Los que no pueden valerse por sí mismos, por edad, malformación, o enfermedad incurable, no tienen derecho a vivir. Es así que si el niño que va a nacer, no va a poder valerse por sí mismo, no tiene derecho a vivir, se le puede quitar la vida. Lo de menos es que se la quite la madre o el médico, o que se la quiten en cualquier nación. ¿Te convence esta argumentación?

LA ABORTISTA: Hombre, Sr. Cura, pero si el Estado lo permite…

EL CURA: Pero ¿es que el Estado tiene facultad para autorizar la muerte de un inocente? ¿Sí? ¿Y cómo calificarías tú a ese Estado? Ya ha habido ya, Estados así, cuyo bien común era la raza, el bienestar material, la prevalencia sobre los más débiles, la economía… Pero es que, además de eso, los defensores de que la madre pueda matar a su hijo, creen que es una actitud de progreso; pero progreso ¿hacia dónde? ¿hacia la defensa de la vida como primer derecho del ser humano, o hacia la muerte con la negación del derecho a la vida?

LA ABORTISTA: Perdone, Sr. Cura, pero es que Vds. los sacerdotes no deben meterse en estas discusiones que son propias de nosotros, los seglares porque entre nosotros hay distintas opiniones y los eclesiásticos nos quieren obligar a aceptar lo que dice y enseña la Iglesia.

EL CURA: Oye, oye, de obligar, nada. La Iglesia no obliga a nadie a creer; algo así como los partidos políticos no obligan a nadie a pertenecer a ellos. Y así como uno que se afilia a un partido se compromete a aceptar su programa, cuando uno se incorpora a la Iglesia, se compromete a aceptar su programa, que es la fe. Y tanto en cuestiones de fe como de moral, la Iglesia está asistida por el Espíritu Santo para que no falle en su enseñanza. Por lo que la Iglesia “enseña”, “no opina”. Y seguirá enseñando porque recibió ese mandato de Jesús. Y ha sido perseguida, lo es y lo será, porque su enseñanza no coincide con el proceder del mundo. Te recuerdo unas palabras de San Pablo: "Si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, está cegado por el orgullo y no sabe nada;" (1Tim. 6, 3-4). Y, en otra ocasión, dice: "Mas tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina;" (Tit. 2, 1).

Por lo que el católico, ante una enseñanza clara de la Iglesia, una de dos, o la admite o no. Si no la admite, se sitúa fuera de la Iglesia. Y no hay más; tanto si niega la Trinidad, como si admite la moralidad del aborto, se sale de la Iglesia aunque se crea el mejor católico del mundo.

LA ABORTISTA: Tanto gusto Sr. Cura, de haber dialogado un ratito con Ud. Voy a reflexionar sobre lo que me ha dicho y a ver si consigo ver con claridad en ésta y en otras cuestiones que me preocupan.

EL CURA: También me ha gustado la charla y cuando quieras, continuamos.

José Gea