El Viernes Santo recordamos la muerte de Cristo en al Cruz, pero no como una derrota sino como el necesario preludio a la resurrección. Cristo indicó que era capaz de reedificar el templo en tres días, el templo del Espíritu Santo.
 

Gloriémonos, pues, también nosotros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para nosotros y nosotros para el mundo. Cruz que hemos colocado en la misma frente, es decir, en la sede del pudor, para que no nos avergoncemos. Y si nos esforzamos por explicar cuál es la enseñanza de paciencia contenida en esta cruz o cuán saludable es, ¿encontraremos palabras adecuadas a los contenidos o tiempo adecuado a las palabras? ¿Qué hombre que crea con toda verdad e intensidad en Cristo se atreverá a enorgullecerse, cuando es Dios quien enseña la humildad no sólo de palabra, sino también con su ejemplo? La utilidad de esta enseñanza la recuerda en pocas palabras aquella frase de la Sagrada Escritura: Antes de la caída se exalta el corazón y antes de la gloria se humilla. Es la misma música que suena en estas otras palabras: Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes y en estas otras: Quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. Por consiguiente, ante la exhortación del Apóstol a que no seamos altivos, sino que nos acomodemos a los humildes, el hombre ha de pensar, si le es posible, a qué gran precipicio es empujado si no se conforma a la humildad de Dios y cuán pernicioso es que el hombre encuentre dificultad en soportar lo que quiera el Dios justo, si Dios sufrió pacientemente lo que quiso el injusto enemigo. (San Agustin. Sermón 218,4) 

Podemos meditar en la cruel muerte de Cristo y en las consecuencias que tuvo para todos los que lo seguían. El dolor de ver crucificado a su Salvador les rompió a los Apóstoles y discípulos, por dentro y por fuera. La esperanza desapareció de ellos, pero Dios les tenía reservada una maravillosa sorpresa el domingo. 

Este es un día que nos llama a la humildad y al recogimiento. El ayuno señala el final de la espera que se verá colmada el domingo. No duden en ayunar para sentir en sí mismos el signo que marca el momento de tristeza y desesperanza que vivieron y vivimos, cuando creemos que Cristo está demasiado lejos de nosotros. El ayuno que conlleva también oración y limosna. 

En esta jornada también recordamos a los cristianos de Jerusalén por medio de la colecta pro-Tierra Santa. Igual que el sufrimiento de Cristo en la Cruz nos da sentido, la presencia de cristianos en la Tierra del Señor nos permite entender que también es nuestra tierra como seguidores de Cristo. 

En la Tierra del Señor, la Orden Franciscana realiza una labor impresionante, impagable. Permite la Iglesia Madres de Jerusalén siga iluminando el mundo y atrayendo a peregrinos. Permite que las tensiones entre judíos y árabes, se aminoren a través del conocimiento mutuo que lleva al respeto y el aprecio. Permite la educación de miles de cristianos y no cristianos, dentro de sus escuelas y universidades. Permite que las personas dependientes tengan un apoyo para seguir día a día. Este Viernes Santo es necesario reencontrar el Corazón de Cristo en los cristianos que sufren en su propia tierra. Por ello no dudo en solicitarles que hagan un donativo precioso para que esa labor pueda seguir adelante y para que se sientan partícipes en el mantenimiento de la Iglesia en la Tierra de Cristo.