«En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos: conoceréis la verdad y la ver­dad os hará libres»

 

El Señor ha venido a dar testimonio de la Verdad. Cristo es la Verdad. «Yo soy la Verdad», dijo en otra ocasión.

 

Jesucristo es la verdad porque es sincero. No obra con doblez. Se opone al demonio que es «padre de la mentira»  porque, «desde el principio no´ se mantuvo en la verdad». Obrar la verdad es tener el alma pura, el corazón limpio. Y el limpio de corazón verá a Dios.

 

Mons. Escrivá de Balaguer nos cuenta lo siguiente: «En una ocasión vi un águila encerrada en una jaula de hierro. Estaba sucia, medio desplumada; tenía entre sus garras un trozo de carroña. Entonces pensé en lo que sería de mí, si abandonara la vocación recibida de Dios. Me dio pena aquel animal solitario, aherrojado, que ha­bía nacido para subir muy alto y mirar de frente al sol. Podemos remontarnos hasta las humildes alturas del amor de Dios, del servicio a todos los hombres. Pero para eso es preciso que no haya recovecos en el alma, donde no pueda entrar el sol de Jesucristo. Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de El; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus la­bios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida —el corazón y las obras, la inteligencia y las pala­bras— llena de Dios» (Es Cristo que pasa , n.11).

 

¿No es cierto que de este modo nos sentiremos real­mente libres?
Juan García Inza