«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros peca­dos: Pues si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados». Esto lo decía el Señor a los judíos de su tiem­po que tenían una visión materialista de la religión. Eran miopes. No veían más allá de la letra de la ley.

 

A veces, al mirar la vida de muchos cristianos, da la impresión de que hacemos todo un montaje como si tu­viéramos en la tierra morada permanente. Echamos raí­ces profundas en el suelo material de la vida, pero nos quedamos enanos a la hora de crecer espiritualmente.

 

«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allí arriba». Y se nos ocurre mirar hacia lo alto y contemplar extasiados el Cielo, la casa del Padre, en donde Dios nos espera con los brazos abiertos.

 

«El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene —no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado— de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica.

 

La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere tam­bién otra realidad; El Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es la definitiva; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que an­damos en busca de la futura ciudad inmutable»

Juan García Inza