«No juzguéis y no seréis juzgados», nos dirá el Señor en una ocasión. «Con la medida con que juzguéis a los demás seréis juzgados», nos dirá en otro momento. So­mos muy .exigentes para juzgar a los otros. Pero muy indulgentes a la hora de darnos nuestra propia senten­cia.

«Vosotros juzgáis por lo exterior»

 

Yo veo aquí la clave para ejercer siempre una buena corrección fraterna:

 

—No juzgar por lo exterior: no fiarse de las aparien­cias. No dejarse impresionar por una falta casual. Hay que ir al fondo para extirpar las raíces.

 

—«Yo no juzgo a nadie» Y más que juzgar, lo que hay que hacer, si es necesario, es corregir. Corregir con amabilidad, con mucha humildad y delicadeza. Con una comprensión sin límites.

 

—Si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Pa­dre».  Para que una corrección sea fraterna y produzca frutos, tenemos que estar muy unidos a Dios, nuestro  Padre. Vivir muy bien la filiación divina. Ver en el otro a un hermano. Pensar las cosas en la oración. Consultar para contrastar criterios. Demostrar que lo hacemos porque lo queremos. Con paciencia, con valentía. Es el mejor apostolado.

 

«´Frater qui adjuvatur a fratre quasi civitas firma´. —El hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada».

«—Piensa un rato y decídete a vivir la fraternidad que siempre te recomiendo» (Camino, n.460)

Juan García Inza