Como gracias a Dios, por una vez en la vida y sin que sirva de precedente, parece que el aniversario de El Greco va a ser conmemorado como merece y no con el olvido que los españoles acostumbramos a acompañar los hechos y los héroes que escriben nuestra historia; y como son muchos los que escribirán sobre los variados talentos que atesoró nuestro españolísimo pintor toledano de origen cretense, Domenoikos Teotokopulos... después de escribir ayer sobre su más celebrado personaje pictórico, el Conde de Orgaz (pinche aquí si desea conocerlo mejor), he preferido escribir hoy sobre un aspecto de su personalidad en el que nadie habrá –espero- reparado: su condición de católico u ortodoxo, que a ambas adscripciones del cristianismo tenía buenas razones el genial pintor para pertenecer.
 
            Que El Greco muere como católico es algo de lo que no cabe la menor duda, puesto que así lo señala él mismo en su testamento datado en 1614, y por cierto otorgado después de su muerte por su propio hijo a quien había apoderado previamente para ello, en el que lo afirma con toda la claridad con la que se puede afirmar:
 
            “Tengo, creo y confieso todo aquello que cree y confiesa la Santa Madre Iglesia de Roma, y en el misterio de la Santísima Trinidad en cuya fe y crehenzia protesto bibir y morir como bueno, fiel y católico cristiano”.
 
            La cuestión que aquí nos planteamos es la de si El Greco nació católico o nació ortodoxo. Pregunta que es lógico realizarse desde el punto y hora de que la Creta en la que nació es, como resulta bien conocido, una isla de raigambre griega en la que la religión predominante es, consecuentemente, la ortodoxa. Y ello aun cuando las particulares circunstancias del momento en el que El Greco vive en ella, hace asumible una posible militancia católica. Y es que desde los años del Dogo veneciano Enrico Dándolo en el s. XIII hasta que en 1645 es conquistada por los otomanos, Creta queda bajo la órbita de una de las principales potencias católicas del momento, Venecia, lo que indudablemente tendrá sus consecuencias en la composición demográfico-religiosa de la isla.
 
            Quizás el estudio más importante que se haya hecho sobre la religión originaria de El Greco sea el de Nikolaos Panagiōtakēs, “El Greco: los años cretenses”, una biografía del genial pintor en la que le dedica quince páginas a la cuestión intentando demostrar su nacimiento "ortodoxo".
 
            El primer tema que analiza Panagiōtakēs es el del nombre de pila del pintor, Domenikos, Domingo,  como el santo español Domingo de Guzmán (pinche aquí si desea conocer más sobre el importante santo español), dato que no apunta hacia la ortodoxia, pues Domingo sólo es santo para los católicos y no para los ortodoxos, y porque el nombre tiene su equivalente griego, Kiriakos (que en español da Ciríaco).
 
            El concienzudo autor, aun después de reconocer que la mayoría de los “domenikos” existentes en Creta eran católicos, utiliza como argumento pro-ortodoxia su hallazgo en las partidas de bautismo por él analizadas de dos domenikos que son ortodoxos, un cura y un campesino, cuyos nombres atribuye a la larga presencia veneciano-católica en la isla. Un argumento que es de ida y vuelta, porque de lo que sí habla dicha larga presencia veneciana en la isla es de la extensión del catolicismo que la misma debería haber producido en el entorno ortodoxo originario. El nombre “Domingo” tiene también una implantación especial en Candia debido a la presencia de un floreciente monasterio dominico, lo que dice mucho de la presencia del catolicismo en la isla, y menos de la condición ortodoxa de los llamados "Domingo" o "Domenikos".
 
            En la misma línea, habla también de la posible catolicidad de Domenikos el hecho de tener un hermano llamado Frangiskos, Francisco. De nuevo un santo, Francisco de Asís, católico y no ortodoxo, en cuanto posterior al cisma de las iglesias orientales en 1054. Ante el desafortunado y reincidente revés, aporta el autor un nuevo argumento con el que intenta explicar los nombres católicos portados por ortodoxos: los matrimonios mixtos producidos en la isla, en los que aunque el padre fuera ortodoxo, accedería a bautizar a los hijos con los nombres católicos propuestos por la madre.
 
            Pero el argumento que el autor considera más sólido a favor de la ortodoxicidad del Greco es la membrecía de su hermano Manoussos, al que Domenikos se hallaba muy unido, de la Fraternidad Griega de Venecia, que Panagiōtakēs llama "el único centro de culto ortodoxo en Europa occidental". Aunque aquí el argumento, como arriba, es de ida y vuelta, porque tanto pudo convertirse Domenikos al catolicismo por abandonar la isla, según intenta demostrar Panagiōtakēs, como su hermano Manoussos a la ortodoxia para medrar entre sus compatriotas residentes en Venecia. Y ello en el supuesto de que, efectivamente, hubiera que ser ortodoxo para pertenecer a la organización.

            Lo que sin embargo sí es un es un hecho indiscutible, es que Domenikos no se adhiere a la Fraternidad durante los tres años que dura su estancia en Venecia, y aunque Panagiōtakēs lo intente atribuir a que la misma no admitía más de 250 miembros cuando los griegos en Venecia superaban los cuatro mil, lo cierto es que los Theotokopoulos ya eran bien conocidos en la hermandad, y que Domenikos, en cuanto hermano de Manoussos y en cuanto miembro muy especial de la comunidad griega en Venecia, no debería haber hallado el menor problema para ingresar, si tal hubiera sido su deseo. Luego no debió de serlo.
 
            Tras el largo y minucioso estudio y con argumentos tan reversibles como los expuestos, llega el autor a la conclusión final de que El Greco, que sería ortodoxo de nacimiento, no se convierte al catolicismo en Candia, lógico por otro lado, sino que dicha conversión se habría producido más bien en Italia, una vez tomada la firme decisión de quedarse en el occidente europeo, y ante el pesado ambiente de la Contrarreforma existente una vez terminado Trento. Y debe hallarse dicha conversión culminada, según él, para cuando, una vez en Roma, El Greco entra a residir en el palacio del Cardenal Alejandro Farnesio y hasta se muestra interesado en comprar un ejemplar de las actas del Concilio de Trento. Un alojamiento, el primero, y sobre todo un deseo, el segundo, que, se ponga como se ponga  Panagiōtakēs, más parecen argumentos a favor de la catolicidad del pintor que a favor de su ortodoxicidad.

            Según el autor “es muy probable que se convirtiera movido por intereses profesionales, dado que esa era la única manera de prosperar en el ambiente en su oficio [en Roma se entiende]. Aunque puestos a buscar ese tipo de relación entre oficio y religión, a lo mejor era más fácil aceptar que su condición católica originaria fuera la que le llevara a abandonar una isla mayoritariamente  ortodoxa en la que no se sintiera suficientemente a gusto para realizarse desde el punto de vista artístico y hasta cotidiano, a que se hubiera convertido para abandonar la isla.
 
            Asegura el autor que una vez en España, la fe católica del pintor deviene incluso mayor:
 
            “¿Cómo iba a ser de otra manera? La intolerancia y el fanatismo religioso que prevalecía entonces en España era incluso más pronunciado que en Italia, y la Inquisición Española era universalmente conocida por su rudeza”.
 
            Clásico argumento tan pobre como a favor de corriente, basado en una de los más manidas leyendas de la historia, cual la de la Inquisición Española, que lo mismo sirve para zurcir un roto que un descosío. Sólo que, a decir verdad, no he oído hablar de ningún caso de ajusticiado en el alto tribunal español por su condición de ortodoxo, y antes al contrario, una hipotética condición de católico converso le haría probablemente incluso más vulnerable ante el tribunal, como saben bien los que conocen sus métodos y procedimientos.
 
            Finalmente, hasta el propio Panagiōtakēs tiene que reconocer que el famoso hermano de El GrecoManoussos, a cuya supuesta ortodoxicidad confía él la de Domenikos, es, en su postrer despedida de este mundo cruel, enterrado en la iglesia católica toledana de Santo Tomé. ¿Otro convertido?

            Así que la conclusión que uno saca en base a los argumentos que aporta quién precisamente quiere demostrar la ortodoxicidad de El Greco, es que D. Domenikos no sólo murió católico, como consta fehacientemente, sino que, contrariamente a lo que sostiene el gran estudioso del tema, Nikolaos Panagiōtakēs, y con sus mismos argumentos, también nació católico, aunque fuera en una isla donde los católicos eran minoritarios pero no, en modo alguno, inexistentes.
 
 
            ©L.A.
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