Sí señor, extraños parentescos entre las palabras hacen que dos términos tan diferentes en significado y uso signifiquen, sin embargo, los dos, exactamente lo mismo, y además, una cosa que tan poco tiene que ver ni con su significado ni con su uso, y por otro lado, tan vinculada a la religión.
 
            Pero vayamos por partes: primero, “olé”, otra extraña palabra española de “aspecto” también “muy” árabe, cual es “olé”, la cual provendría, según todo apunta, de la interjección árabe, “wa llah”, traducible como “¡Por Dios!”. Una palabra con excelente acogida en dos campos muy concretos: el de la tauromaquia y el del cante flamenco, los cuales, por otro lado, tan específicamente identificativos de la idiosincrasia española. Por lo menos hasta que llegaron las autonomías, que desde que las tenemos, más bien parece que los del sur fuéramos mayas y los del norte chinos, o algo por el estilo.
 

   

 
            Y ahora “bigote”. Todo apunta a que el origen de la palabra, que podría haber nacido en Francia o en las Islas Británicas, se halla en cualquier caso en los peligrosos y agresivos normandos que tan temidas incursiones de pillaje hicieron por todas las ciudades de Europa -en España llegarán hasta Sevilla o La Coruña-, mientras atusándose su clásico bigote, decían algo así como “bei Gott” (pronunciada “baigot”) “por Dios”, de donde quedó la expresión que utilizaban como sinónimo de la parte del cuerpo que se acariciaban mientras la pronunciaban.
 
            Historias similares llegan por varias fuentes, como el poeta normando Robert Wace (11101174), o el historiador inglés William Camden (15511623), autor de dos obras sobre historia británica, “Britannia” y “Annales”.
 
            De hecho, parecido o incluso el mismo origen podría tener otra palabra, ésta inglesa, “bigoted”, que no significa, como alguno podría pensar, “persona bigoteada, persona con bigote”, no, sino “fanático, intolerante”, es decir el comportamiento que observaban esos mismos piratas normandos mientras se atusaban el mustacho sin saber que de tanto atusárselo en las islas británicas, iban a conseguir que los españoles se acordaran de Dios cuando se lo dejaban crecer.
 
 
            ©L.A.
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