¿Sabías que existen demonios mudos? Sí, “en aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo” (Lc. 11,14 s.)

 

Hay quienes no hablan de Dios casi nunca. Les da miedo, vergüenza. Tienen respetos humanos. ¡Como si Dios fuera algo vergonzoso del que da pudor hablar! Sin embargo nos pasamos el día hablando de mil cosas tontas. El demonio mudo habita hoy en más de uno. ¿Tal vez en ti?

 

¿Has hablado de Dios a muchos? ¿Has hecho apos­tolado? ¿Has dado en el clavo en cada alma que se ha acercado a ti con confianza?

 

Somos testigos de la Verdad. Dios es la Verdad. “Yo soy la Verdad”, dijo Jesucristo. El apóstol cristiano es el portador de la Verdad.

 

Necesitamos hoy, como al principio, un nuevo don de lenguas para expresar la Verdad, para hablar de Dios, de modo que todo el mundo lo entienda, pero sin infidelidades. El ejemplo más vivo de esta tarea lo en­contramos en Jesucristo. Palabra que se hace sencillez para que todos la comprendan; todos los que, como los niños, conservan todavía un alma que se deja modelar.

 

La fe es Dios y nada más que Dios. La fe crece en los momentos cruciales de la fe. En los momentos de prueba, de cruz. El cristiano es testigo de lo que ha descubierto por la fe. El testigo es la persona que con su actuar y su hablar, despierta la interrogación.

 

Paul Claudel gritaba una vez, angustiado por la ne­cesidad de ver: “Vosotros los que véis, ¿qué habéis hecho con la luz?”.

 Juan García Inza