En México, como en casi todas partes del mundo, estamos practicando el distanciamiento social. Dentro de poco, quizá entremos a la fase tres por el covid-19. Hemos permanecido en casa. Me ha impresionado mucho la bendición “Urbi et Orbi” que impartió el Papa Francisco desde una Plaza de San Pedro lluviosa y vacía, aunque llena por los millones que la seguimos a través de Internet y otros medios. En especial, me impactó el crucifijo de San Marcello al Corso bajo la lluvia y el atardecer de Roma.

Han sido días difíciles que me han planteado muchas dudas de tipo existencial; sobre todo, frente a una pausa inédita en el ritmo del siglo XXI. Lo existencial siempre toca la fe, porque se trata de algo vital, fundamentado en una experiencia con Dios que, en algún momento, nos marcó y continúa marcando. He sentido (¿quién no?) una buena dosis de miedo e incertidumbre; sin embargo, una vez más, me he encontrado en el camino con toda una maestra para los momentos de crisis. Me refiero a la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937); la misma que dedicó su vida a practicar y dar a conocer la Espiritualidad de la Cruz. No como un camino triste o dolorista, sino redimensionando las dificultades para encontrar la ayuda y el sentido de Dios en ellas. Sí, el misterio de Jesús en la cruz me lo ha explicado todo (no con palabras sino con una certeza suficiente). Y lo primero que me ha dejado claro es que el sufrimiento tiene fecha de caducidad y que nadie es probado más allá de sus fuerzas (cf. 1 Corintios 10:13).

Aunque hay diferencias, existe una conexión con Concepción Cabrera, pues a ella le tocó el brote de la gripe de 1918. De modo que sus reflexiones, bien aterrizados en las dificultades de una persona normal, me han servido para superar el miedo y así tomar precauciones, pero sin olvidar que, además de la ciencia y de los necesarios aspectos cuantitativos, está la dimensión cualitativa de la acción de Dios en la historia. Recordemos que necesitamos tanto de la ciencia como de la fe. Concepción Cabrera se ha encargado de explicarme que así es posible enfrentar mejor las cosas. ¿Pero cómo me lo ha transmitido? A través de algunas cartas cargadas de significado, como la siguiente: “Abandónate, repito, en brazos de Jesús y de María; no calcules con Dios, y déjate hacer, llevar o traer, seguro(a) de la victoria. La confianza vence el corazón de Dios”[1].  Así que no bajemos la guardia en todo lo relativo a la prevención, pero tampoco perdamos la fe. No debemos sentirnos abandonados a nuestras propias fuerzas. Y, para terminar, recordar una oración pequeña que Concepción Cabrera decía varias veces durante el día y en su interior: “Jesús, Salvador de los hombres, ¡Sálvalos!”.

[1]Cf. Carta del 31 oct 1923, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 424.