Si antier comenzábamos esta serie con lo que sobre el tema decía San Mateo (pinche aquí si desea conocerlo), metodológicamente hablando nos parece adecuado continuar hoy con lo que sobre el tema dice San Lucas, el segundo evangelio por lo que a atención a la figura de San José se refiere.
 
            La figura de José aparece mencionada en el Evangelio de Lucas en hasta cinco ocasiones, tres menos que en el Evangelio de Mateo.
 
            La primera de las ocasiones en que Lucas lo menciona es ésta, escueta pero no por ello menos informativa:
 
            “Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1, 26-27).
 
            De donde inferimos varias cosas: primero, que José pertenece a la Casa de David; segundo, que se halla desposado con María, es decir, en una situación propia de la tradición judía, asimilable por buscar un parecido a nuestro “noviazgo”, en que aunque los jóvenes se hallan ya comprometidos, ni habitan juntos ni menos aún “cohabitan”; tercero, que José, como María, habita en Nazaret, con consecuencias a las que nos referimos abajo.
 
            Narra después Lucas el episodio de la Anunciación, privativo de él, y contrariamente a lo que hace Mateo, obvia totalmente la reacción que en José pueda producir la irrupción en el escenario de su futura esposa embarazada sin su participación en el evento.
 
            La siguiente aparición de José está relacionada con el viaje que los esposos, instalados en Nazaret -nótese aquí que en Mateo el establecimiento de la familia en Nazaret no es originario sino sobrevenido después de la huida a Egipto que Lucas ni siquiera menciona- realizan a Jerusalén para censarse e acuerdo con “un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo” (Lc. 2, 1). Debemos a Lucas esta narración del nacimiento de Jesús, en la que José tiene un protagonismo indiscutible:
 
            “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc. 2, 4-7).
 
            Episodio en el que llaman la atención dos cosas: primero, una nueva alusión a la condición davídica de Jesús; y segundo, esa referencia al “hijo primogénito” de María en el que, al igual que ocurre con Mateo cuando decía aquello de “y no la conocía [var. “y no la conoció”] hasta que ella dio a luz un hijo” (Mt. 1, 25), han fundamentado muchos la condición virginal de María restringida al momento en que concibe a Jesús, pero no después.
 
            En Lucas la epifanía, o manifestación de la condición real de Jesús, no la realizan unos magos de oriente, sino unos pastores, y en su evangelio, contrariamente a lo que hace Mateo en su narración en la que excluye a José, Lucas sí otorga a nuestro personaje un papel protagonista:
 
            “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc. 2, 16).
 
            Compárese con el escueto “entraron en la casa; vieron al niño con María su madre” de Mateo (cfr. Mt. 2, 11).
 
            Cierra Lucas sus citas a José con la referencia que hace a él en el árbol genealógico de Jesús, que menciona de esta manera:
 
            “Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años. Se creía que era hijo de José, hijo de Helí” (Lc. 3, 23).
 
            Con este curioso “se creía que” con el que resuelve la especial paternidad de Jesús.
 
            Una última referencia de Lucas a José, en el capítulo denominado “Jesús en Nazaret”, en el que los absortos convecinos de Jesús, al verle volver a su ciudad de origen “enajenado” según ellos, se preguntan “¿acaso no es éste el hijo de José?”.
 
            Un episodio que Lucas resuelve de una manera muy diferente a como lo hace Mateo, pues primero, cita a José por su nombre y no por su profesión, y segundo, obvia toda mención a los que Mateo llama “los hermanos de Jesús”, según tuvimos ocasión de ver en su momento.
 
            Curiosamente, tampoco Lucas, como antes Mateo, refiere nada sobre el final de José, y eso que en su evangelio, mucho más histórico, mucho más ordenado y en el que cuenta con el testimonio fresco y cercano de María, según él mismo se preocupa en hacernos saber (ver Lc. 2, 19; Lc. 2, 51), sí cabía esperar una referencia al mismo.
 
 
 
            ©L.A.
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