“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.”  (Mt 17, 1-2)

         Todos, en alguna ocasión, nos hemos sentido iluminados por Dios. En ocasiones habrá sido por medio de una enfermedad, que nos habrá hecho reflexionar sobre el tipo de vida que estábamos llevando, como le pasó a San Ignacio o a San Francisco. En otras ocasiones habrá influido un amigo o quizá un sacerdote, los cuales nos habrán ayudado a darnos cuenta de dónde está la verdadera felicidad.. Puede ser incluso que Dios se haya hecho presente de modo especial en nuestra vida a través de algún momento extraordinariamente difícil o, por el contrario, mediante una sucesiva serie de alegrías. Es importante que nos demos cuenta de que esos "momentos de luz", esos momentos en que hemos sentido a Dios tan cerca, no son sólo para disfrutarlos en el instante en que se producen, sino para guardarlos en la memoria y hacer uso de ellos cuando se presentan los momentos contrarios: los de oscuridad, los del dolor, los de la experiencia del silencio de Dios. Eso fue lo que Cristo quiso hacer en el Tabor con sus amigos, mediante la Transfiguración: prepararles con momentos de luz para los momentos de cruz.

         Descubramos esta semana, a base de ejercitar la memoria, cuáles son o han sido los momentos buenos en nuestra vida: en el matrimonio, con los hijos, en el trabajo, con la Iglesia, con los amigos, con los padres, con el grupo religioso al que se pertenece, con Dios. Evoquemos esos viejos tesoros para iluminar, con su luz, las oscuridades del presente. Hagamos justicia a Dios a base de darle gracias por el bien recibido, para no fijarnos sólo en los problemas que ahora tenemos.

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