Fruto unas veces…, de nuestra vanidad y otras de nuestra soberbia, todos somos un sabelotodo y nos creemos capacitados para dar nuestra opinión, sobre lo que sea, sin darnos cuenta que en la mayoría de los casos a todos nuestros oyentes, les importa un comino nuestra opinión y si nos escuchan es muchas veces por educación. Pero aunque seamos conscientes, de que solo se nos escucha solo por educación, seguimos opinando para que así todo el mundo, vea lo inteligente que somos y sobre todo ¡vanidad y solo vanidad! Y si alguno de los oyentes tiene la osadía de llevarnos la contraria, poniendo así en duda nuestra superior inteligencia. ¡Ah! entonces nuestra vanidad queda ocultada por nuestra soberbia. Y si entablamos una discusión, las cosas empeoraran, pues tal como escribió un día en su libro Camino, San Josemaría Escrivá: de la discusión no sale la luz, porque la apaga el soplo de la pasión. Que este caso es nuestra soberbia y posiblemente la soberbia de quien nos discute, porque al final li¡o que hay es que estamos enredados en una lucha de soberbias humana.

             Cuando en el mundo, era muy escaso el desarrollo del conocimiento humano, en todas las ramas del  saber, podía darse el caso de que existiesen mentes humanas con una gran variedad de conocimientos y de hecho las hubo, como es el caso de San Isidoro de Sevilla  más tarde con Leonardo da Vinci. Pero hoy en día y en cumplimiento del divino precepto: “Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominada”. (Gn 9,7).

El hombre ha desarrollado las potencialidades de este mundo y su técnica lo ha invadido todo, de forma que es imposible que una sola mente humana pueda dominar todo el conocimiento, actuales. Así ha nacido la especialización, en virtud de la cual, cada persona, según sus aptitudes profundiza en el conocimiento de una rama del saber actual. Este es el sentido de la expresión: Zapatero a tus zapatos. Cada persona para opinar de algo, debe de estar capacitada previamente, por haber estudiado la materia de que se trate

            El hombre  ha sido creado, con una doble pertenencia sea esta, al orden material por razón de su cuerpo, sea esta al orden espiritual, por razón de su alma. Esta doble pertenencia funcionaba perfectamente en nuestros primeros padres, en los que el orden superior de su alma dominaba al orden inferir de su cuerpo, el espíritu dominaba la materia. Pero este perfecto sistema se trastocó con el pecado original, y apareció entonces la dichosa concupiscencia, esa tendencia al mal, que todo ser humano tiene y contra la cual ha de luchar. A partir del pecado original, nuestros cuerpos, tomaron la iniciativa y comenzaron a oprimir  a nuestra alma con sus necesidades  y deseos de orden material.

            Es entonces cuando aparece el antropomorfismo humano, que no es otra cosa, que es el deseo o tendencia, que tenemos las personas de querer ver todo bajo el prisma material y reducir las realidades y fenómenos espirituales, a meros fenómenos y realidades materiales. La consecuencia principal de esta situación es olvidarnos de que además de una vida corporal, que desarrollar, tenemos también que desarrollar una vida espiritual de nuestra alma y ello es más importante para nuestro futuro sobrenatural.

Es mucho menos interesante el desarrollo de nuestro cuerpo, que al final  tarde o temprano, pero no más lejos de unos 110 años, fenecerá, que el desarrollo de nuestra vida espiritual, porque nuestra alma es inmortal, nunca fenecerá y su desarrollo, no ya después de abandonar este mundo, sin incluso antes, gozar de los deleites que proporciona a las personas este desarrollo. La falta de un desarrollo espiritual, aun en el caso de que se alcance el esperado cielo, la gloria de que un alma disponga sin desarrollo espiritual, será siempre inferior al de otra que ha cuidado el desarrollo de su vida espiritual, la cual tendrá siempre una mayor gloria y capacidad de apreciación de los bienes que el Señor nos tiene preparados: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9).

No es posible alcanzar la vida eterna sin seguir las instrucciones que el Señor nos dejó indicadas: "24 Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25 Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara. 26 Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma? 27 Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras”. (Mt 16,24-28).  Tratar de salvar la vida es renunciar al sacrifico que es lo que nos pide el cuerpo y si no aceptamos nuestra cruz, nos perderemos.

En el parágrafo 2015 de nuestro catecismo, se nos dice: "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin, jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8)”. No es posible la salvación de nuestra alma, sin abrazar nuestra cruz, este es un principio en el que coinciden numerosos santos, exegetas y autores.

Que nadie tenga dudas, la puerta del cielo pasa por lo que no desea nuestro cuerpo. La Cruz.-

           

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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