Muchos creen que sirven para protegerse de los virus que nos lanzan los demás. Ignoran que la mascarilla nos protege poco si quien se nos cruza no lleva la suya. ¿Por qué? Porque el que no la porta lanza virus que se estrellan contra nuestra mascarilla… o nos entran por los ojos, desprotegidos… o se reparten por nuestras prendas que luego nos tocamos con unas manos que nos llevamos a la cara, a los ojos, a la boca... infectándonos.

             En otras palabras: la máscara no es tan útil para autoprotegernos como para heteroproteger. Cuando dos individuos interactúan y los dos portan máscara, no se protegen a sí mismos, sino que cada uno protege “al otro”, apresando en su propia mascarilla todo lo que sin ella le habría “escupido”.

             Hoy vi un joven en el mercado. Exhibía orgulloso su musculatura. No llevaba mascarilla. El mensaje era: “yo no tengo miedo, no ha nacido el virus que me tosa...” Pues bien, ahora mi mensaje: “¿tú te has preguntado si, aunque no haya nacido ese virus al que tan poco temes, no lo llevas puesto y por no portar mascarilla no lo estás transmitiendo a personas menos “musculadas” que tú?”

             Amigo lector: usa mascarilla. No lo hagas por ti: su eficacia desde esta perspectiva es escasa. Hazlo por los demás: ahí, la eficacia es enorme. Y si lo que quieres es protegerte, pideles a ellos que se la pongan.

             Es bonito: tú no te proteges a ti mismo, tú los proteges a ellos. Y protegiéndolos a ellos, te proteges a ti mismo.

            Que hagas mucho bien y que no recibas menos: hoy, poniéndote la máscara.

 

 

            ©L.A.

            Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día, o bien ponerse en contacto con su autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es