Los continuos trabajos en el que constituye el principal yacimiento arqueológico del mundo hoy día, Israel, continúan dando frutos no por esperables menos llamativos. En los últimos días se han producido por lo menos dos hallazgos importantes, contribuyentes los dos a la plena confirmación de los relatos bíblicos.
 
            El primero de ellos ha tenido lugar en las ruinas de la fortaleza de Khirbet el- Maqatir, 9 kilómetros al norte de Jerusalén, donde un equipo de la Asociación de Investigación Bíblica ha descubierto una casa, y en ella un centenar de monedas y un pequeño objeto en forma de escarabajo, insecto con claras connotaciones religiosas en la época.
 
            Pues bien, su datación entre los años 1550 y 1450 a.C. y las inscripciones halladas en él, permiten sospechar fundamentadamente que perteneciera al último Rey de Ay, ciudad bíblica de cuya existencia se dudaba.
 
            La ciudad de Ay se menciona en el Libro de Josué, que relata la conquista de la Tierra de Canaán por el primer líder de la comunidad israelita una vez desaparecido Moisés, cosa que hace de manera extensiva en su capítulo IV, enteramente dedicado a ella.
 
            Contrariamente a los que sospechan cuántos no lo conocen por sí mismos, el Antiguo Testamento contiene relatos de una crueldad inusitada, de lo cual es buena muestra el que se refiere a Ay, que hace en ello honor a su nombre. Con dicho relato, y no sin anunciarles que mañana trataremos del otro importante hallazgo del que les hablo arriba, me despido por hoy:
 
            “Yahvé dijo entonces a Josué: «¡No tengas miedo ni te asustes! Toma contigo a toda la gente de armas; levántate y ataca a Ay, pues entrego en tus manos al rey de Ay, a su pueblo, su ciudad y su territorio. Harás con Ay y con su rey lo que has hecho con Jericó y con su rey. Pero como botín sólo tomaréis el botín y el ganado. Pon una emboscada a espaldas de la ciudad.»
 
            Josué se levantó con toda la gente de armas para marchar sobre Ay. Escogió Josué treinta mil guerreros valientes y los hizo salir de noche, dándoles esta orden: «Mirad, vosotros vais a estar emboscados a espaldas de la ciudad, pero no os alejéis mucho de ella, y estad todos alerta. Yo y toda la gente que me acompaña nos acercaremos a la ciudad y, cuando la gente de Ay salga a nuestro encuentro como la primera vez, huiremos ante ellos. Saldrán tras de nosotros hasta que los alejemos de la ciudad, porque se dirán: Huyen delante de nosotros como la primera vez. Entonces vosotros saldréis de la emboscada y os apoderaréis de la ciudad; Yahvé, vuestro Dios, la pondrá en vuestras manos. En cuanto toméis la ciudad la incendiaréis. Lo haréis según la orden de Yahvé. Mirad que os lo mando yo.»
 
            Los despachó Josué y fueron al lugar de la emboscada, y se apostaron entre Betel y Ay, al occidente de Ay; Josué pasó aquella noche en medio de la gente. Se levantó de mañana Josué, revistó la tropa y subió contra Ay, con los ancianos de Israel al frente de la tropa. Toda la gente de guerra que estaba con él subió y se acercó hasta llegar ante la ciudad. Acamparon al norte de Ay. El valle quedaba entre ellos y la ciudad. Tomó unos cinco mil hombres y tendió con ellos una emboscada entre Betel y Ay, al oeste de la ciudad. Pero el grueso de la tropa acampó al norte de la ciudad, quedando la emboscada al oeste de la ciudad. Josué pasó aquella noche en medio del valle.
 
            En cuanto vio esto el rey de Ay, se dieron prisa, se levantaron temprano y salieron él y toda su gente a presentar batalla a Israel en la bajada, frente a la Arabá, sin saber que tenía una emboscada a espaldas de la ciudad. Josué y todo Israel se hicieron los derrotados y huyeron camino del desierto. Toda la gente que estaba en la ciudad se puso a dar grandes alaridos saliendo tras ellos y, al perseguir a Josué, se alejaron de la ciudad. No quedó un solo hombre en Ay (ni en Betel) que no saliera en persecución de Israel. Y dejaron la ciudad abierta por perseguir a Israel.
 
            Yahvé dijo entonces a Josué: «Tiende hacia Ay el sable que tienes en tu mano, porque en tu mano te la entrego.» Josué tendió el sable que tenía en la mano hacia la ciudad. Tan pronto como extendió la mano, los emboscados surgieron rápidamente de su puesto, corrieron y entraron en la ciudad, se apoderaron de ella y a toda prisa la incendiaron.
 
            Los hombres de Ay volvieron la vista atrás y vieron la humareda que subía de la ciudad hacia el cielo; no tenían posibilidad de escapar ni por un lado ni por otro. El pueblo que iba huyendo hacia el desierto se volvió contra los perseguidores. Viendo Josué y todo Israel que los emboscados habían tomado la ciudad y que subía de ella una humareda, se volvieron y atacaron a los hombres de Ay. Los otros salieron de la ciudad a su encuentro, de modo que los hombres de Ay se encontraron rodeados por los israelitas, unos por un lado y otros por otro. Éstos los derrotaron hasta que no quedó superviviente ni fugitivo. Pero al rey de Ay lo prendieron vivo y lo condujeron ante Josué. Cuando Israel acabó de matar a todos los habitantes de Ay en el campo y en el desierto, hasta donde habían salido en su persecución, y todos ellos cayeron a filo de espada hasta no quedar uno, todo Israel volvió a Ay y pasó a su población a filo de espada. El total de los que cayeron aquel día, hombres y mujeres, fue doce mil: todos los habitantes de Ay.
 
            Josué no retiró la mano que tenía extendida con el sable hasta que consagró al anatema a todos los habitantes de Ay. Israel se repartió solamente el ganado y el botín de dicha ciudad, según la orden que Yahvé había dado a Josué.
 
            Josué incendió Ay y la convirtió para siempre en una ruina, en desolación hasta el día de hoy. Al rey de Ay lo colgó de un árbol hasta la tarde; y a la puesta del sol ordenó Josué que bajaran el cadáver del árbol. Lo echaron luego a la entrada de la puerta de la ciudad y apilaron sobre él un gran montón de piedras, que existe todavía hoy”. (Jos. 8, 1-29).
 
 
            ©L.A.
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