Existen efectivamente en el Corán varias referencias a la Santísima Trinidad, y no precisamente elogiosas. Una de las más conocidas es ésta en la que Dios se dirige precisamente a los cristianos:
 
“¡No digáis Tres! ¡Basta ya, será mejor para vosotros! Dios es sólo un Dios uno. ¡Gloria a El! (C. 4, 171).
 
            Ahora bien, el conocimiento que del cristianismo tiene el público árabe al que se dirige el Corán no es tan profundo como para conocer lo que se cuece en Constantinopla, Nicea o Roma, y la trinidad a la que se refiere Allah en la aleya precedente es muy otra a la que casi todo el orbe cristiano acepta por entonces, compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
 
            El propio Alá, en forma de reproche a Jesús, define lo que entiende por la Santísima Trinidad que éste estaría invitando a adorar:
 
“Jesús, hijo de María, ¿eres tú quien ha dicho a los hombres: “tomadnos a mí y a mi madre como a dioses además de tomar a Dios?”” (C. 5, 116).
 
            Es decir, una Santísima Trinidad en la que sobra María, pero falta el Espíritu Santo. Y ello aún a pesar de las numerosas referencias que en el Corán existen a este Espíritu Santo, bien que con un significado muy diferente al que le damos los cristianos, tema al que dedicaremos en breve alguna entrada en esta columna.
 
            Llegar a tal resultado, es decir a la extraña Trinidad en la que militan Dios, Jesús y María, es muy posible que no sólo proceda de un mal entendimiento por parte del autor coránico sobre un dogma de difícil comprensión en sí mismo, cual es el de la Santísima Trinidad, sino que, además, aquél hubiera podido entrar de alguna manera en contacto con la secta cristiana de los coliridianos, algo que después de todo, ni siquiera es tan extraño por cuanto que dicha secta halló gran predicamento entre las mujeres árabes durante los siglos IV y V.
 
            Unos coliridianos que rendían un culto exorbitado a la Virgen María, a la que prácticamente asimilaban a una persona más de la Santísima Trinidad, y en honor a la cual, todos los años celebraban una fiesta en la que comulgaban con una especie de pasteles (de donde el nombre coliridianos, collyre=pastel en griego). La cosa llegó lo suficientemente lejos como para que uno de los grandes autores cristianos de la época, San Epifanio (n.h.438-m.h.496), se viera en la necesidad de dedicar parte de su obra contra la herejías a combatir también ésta.
 
            ©L.A.
 
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