Muchas veces desde que me convertí he escuchado esta expresión: Dios te necesita, Cristo te necesita, tú eres las manos y la boca de Cristo... No lo pensaba demasiado, me parecía una idea bonita sin más; pero en una clase de teología me hicieron caer en la cuenta de un pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles en el que nunca había reparado: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, Él que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas” (Hch 17, 24 – 25). Claro, pensé, si Dios es Dios, no puede necesitar nada... Dios no puede ser indigente, tener necesidad de algo o de alguien. Pero entonces, ¿por qué pide que le adoremos? ¿Por qué pide que le sirvamos? ¿Por qué pide que le demos culto, o que cumplamos unos mandamientos? Incluso, si voy un poco más allá, si no nos necesita, ¿por qué nos ha creado...?

 

Querría dedicar unos artículos a esta cuestión porque me parece muy importante y enjundiosa. Dios está completo en sí mismo, no necesita nada. Algunos filósofos decían que la creación era algo que Dios necesitaba para estar completo, de modo que la creación era un momento necesario de Dios, que al final no se diferenciaba de Dios mismo, y acababan cayendo en el panteísmo (todo es Dios). Pero Dios es Dios, no necesita nada de nada, está completo y feliz en sí mismo. ¿Cómo puede ser esto? San Juan nos ofrece algunas definiciones de Dios, y de entre ellas la más querida y usada por los cristianos es esta: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Es una expresión ciertamente bella ante la cual todos nos hemos conmovido, pero encierra en sí un significado más profundo y teológico de lo que pueda parecer a primera vista.

 

¿Qué es necesario para que se pueda hablar de amor? Al menos tres elementos: el amante, el amado, y el vínculo que los une, es decir, el amor. Entonces, si Dios es amor, en él debe haber estos tres elementos: el Amante, el Amado y el Amor, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Efectivamente, llama al Hijo “el Amado” (Mc 1, 11; Mc 9, 7; Ef 1, 6) y también dice que el Amor de Dios no proviene sino el Espíritu Santo (Rm 5, 5; Rm 15, 30), de quien la liturgia dice: “el Espíritu Santo es Amor”. Dios está completo en sí mismo, porque el Padre ama al Hijo en el Espíritu Santo. Dios está completo en su ser, está completo en su amor, y no necesita nada. ¿Entonces, por qué creó? Por amor.

 

El amor de un esposo y una esposa, cuando es auténtico y puro, no se conforma ni se cierra en sí mismo, sino que se abre al don de una nueva vida, de modo que los hijos son el fruto más precioso del matrimonio; los que se aman deciden engendrar una vida con la que compartir su existencia y sus bienes, para poder gozar juntos de la plenitud el amor. Así también, Dios quiso crear a los hombres para compartir su vida y su existencia, sus dones y su amor, con su criatura. Así dice San Ireneo de Lión: “Así pues, cuando al principio Dios plasmó a Adán, no lo hizo por necesidad, sino para tener a alguien que fuese objeto de sus beneficios. Ni nos mandó seguirlo porque necesitase de nuestro servicio, sino para procurarnos a nosotros mismos la salvación. Porque seguir al Salvador es lo mismo que participar de la salvación, así como seguir la luz es recibirla. Pues los que están en la luz no la iluminan, sino que ella los ilumina y los hace resplandecer; no le dan nada a ella, sino que reciben de la luz el beneficio de estar iluminados. De modo semejante, quien sirve al Señor nada le añade, ni a Dios le hace falta el servicio humano. Sino que El concede la vida, la incorrupción y la vida eterna a quienes le siguen y le sirven, de modo que convierte el servicio que ellos le prestan en servicio para ellos mismos; así como a quienes le siguen les da sus beneficios más que recibirlos de ellos: en efecto, él es rico, perfecto y no pasa necesidades.

Por ello también el Señor pide a los seres humanos que le sirvan; pues, como él es bueno y lleno de misericordia, quiere derramar sus beneficios sobre quienes perseveran en su servicio. Dios por su parte nada necesita; en cambio al hombre le hace falta la comunión con Dios. Y es una gloria del ser humano perseverar y mantenerse en el servicio de Dios. Por eso el Señor decía a sus discípulos: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os he elegido» (Jn 15,16). Con estas palabras les daba a entender que no eran ellos quienes le daban gloria a El al seguirlo, sino El quien a los seguidores del Hijo de Dios concedía su gloria” [1]. 

 

Dios creó para compartir sus beneficios con el hombre, por puro amor. Es Él quien nos da todo a nosotros, y no nosotros quienes le hacemos un favor al seguirle. Dios no nos necesita, nosotros le necesitamos a Él; es una gloria seguirle y servirle, y esto mismo no le beneficia a él, sino a nosotros. Pero me he propuesto como norma no hacer blogs largos, así que dejo esto aquí, que es bastante. Seguiremos profundizando en el misterio de la sencillez. 

 [1] Adversus Haereses IV, 14, 1.