Sin ánimo de ofender, a mí eso de ir soltando palomas siempre me ha parecido muy cursi. Por eso, cuando vi que una gaviota y un cuervo habían atacado a las palomitas que habían soltado unos niños desde el balcón de San Pedro no pude evitar una sonrisa: la naturaleza es la que es y no entiende de simbolismos cursis ni de sensiblerías a la Walt Disney. Otros han empezado a elaborar curiosas teorías sobre la lucha entre el bien y el mal o sobre las batallas internas en el Vaticano, simbolizados por los diferentes pajaritos, que sinceramente, me parecen bastante ridículas.

Hasta aquí la anécdota, bastante banal y que no creo que merezca que nos detengamos más tiempo. Pero lo siguiente que leo al respecto, en la revista italiana Tempi, creo que sí tiene algo más de interés y que muestra hasta qué punto hemos perdido el norte.

Ahora resulta que grupos “animalistas” (que nombre tan feo) han escrito una carta abierta al Papa solicitándole que se abstenga de “liberar a estos animales nacidos y crecidos en cautividad, pues equivale a condenarles a muerte. No siendo animales salvajes, no son capaces de reconocer a los depredadores y son incapaces, en consecuencia, de huir ante eventuales situaciones de peligro”. Sólo les ha faltado amenazar al Papa con una querella ante el Tribunal de la Haya por enviar a la muerte a inocentes palomitas, un poco al estilo de aquellas amenazas de un proceso judicial contra Benedicto XVI por condenar el uso del preservativo.

Hay que volver a leer, con urgencia, aquello de Chesterton sobre los límites de la cordura.