Aprovechando los días festivos, me he leído un libro que fue escrito por Thomas Merton (1915-1968), titulado “Diario de un ermitaño. Un voto de conversación”, en el cual, narra sus primeros ensayos en la ermita durante el periodo que va de 1964 a 1965. Admito que hablar de Merton no es nada fácil, pues por una parte se trata de todo un autor de la vida espiritual y, por otra, alguien que no vivió adecuadamente sus votos hasta unos meses antes de su inesperada muerte en Tailandia por electrocución, pero quizá es justo eso lo que lo vuelve significativo para nosotros. Es decir, lo ejemplar no está en el hecho de que haya sido un monje incoherente durante varios años, sino que en medio de sus incoherencias, vivió la experiencia de caer y levantarse. Tan es así que, sin saber que se acercaba el final de su vida, cortó aquella relación que no le había traído nada bueno, reafirmando su vocación de monje trapense. Es en el dualismo bien y mal que nos movemos, buscando que predomine el bien. Thomas Merton apunta hacia esa dirección, demostrando que el cristianismo es un camino realista, que no mira para otro lado las crisis y debilidades personales. Al contrario, las toma y tarde o temprano, sin duda por la acción del Espíritu Santo y siempre que la persona se deje hacer, termina por llevarlas a otro nivel de madurez y coherencia.

Thomas Merton no es un santo, pero sí alguien que no se cansó de levantarse y ahí está el significado de sus escritos. No son un acto hipócrita, sino el reflejo de alguien que buscaba perseverar en un camino para el que incluso desde el punto de vista de su perfil psicológico tenía más puntos en contra que a favor. De modo que sus escritos vienen a reflejar esa lucha que nos sirve de orientación para hablar de cosas profundas, esas que la sociedad secularizada necesita con urgencia.

¿Qué nos queda de Thomas Merton? El triunfo final de alguien que, aún con el problema de los votos, decidió levantarse y retomarlos de forma definitiva. No pretendo hacer apologética de su vida. Al contrario, admito todos y cada uno de sus pecados, pero justamente ahí, en ese no querer quedarse estacionado, salta a la vista la profundidad de su vida. Un eterno herido que deseaba curarse y que, en cierta manera, lo consiguió, pues perseveró hasta el final. De modo que todo lo que nos dejó como lección queda fundamentado en una historia personal altamente accidentada, pero confiada en la misericordia de Dios. Sí, él no quiso soltarlo. Del mismo modo que no nos suelta a ninguno de nosotros. Por supuesto, nos exige, siempre busca que nos convirtamos una y otra vez, pero la conversión no quita los obstáculos, las caídas. Simple y sencillamente, cuando hay voluntad, se da pese a todo lo demás. Eso fue lo que le pasó al polémico monje trapense de la abadía de Getsemaní.

La lección, retomando lo anterior, que nos deja es la de levantarnos siempre, porque en una de esas, llegaremos a la meta. Esa meta que se traduce en descubrir que la fe se da en medio de la imperfección, de los límites, hasta lograr identificarnos con Jesús. Él nos acompaña en el proceso y, si lo dejamos, hará grandes cosas a través de nosotros. 

Créditos de la fotografía: https://www.pbs.org/wnet/religionandethics/2009/06/04/june-5-2009-thomas-merton-in-pictures/1428/