Era el 16 de diciembre de 2007. Yo venía llegando al aeropuerto internacional de la Ciudad de México, proveniente de Montreal, Québec. Mientras esperaba para abordar el vuelo con destino al Puerto de Veracruz, tuve la suerte de encontrarme con el infatigable P. Jorge Loring, S.J., quien estaba sentado -en una silla de ruedas- a mi lado derecho. Sin pensármelo dos veces, decidí saludarlo. Le dije: “padre, he visto sus programas”. De inmediato, sonrío y, con su potente voz, contestó: “¡claro, seguramente fue en la EWTN!”. Entre otras cosas, dijo que le tenía que hablar más fuerte, pues andaba algo sordo, después me platicó que, tras dictar una conferencia en Mexicali, volvía a España, pero que esperaba regresar muy pronto a México para seguir con sus charlas. Al cabo de un rato, pidió que le ayudara a localizar a la encargada de la aerolínea que lo iba a llevar hasta la puerta del avión. Cuando llegó por él, se despidió de mí, alzando la mano derecha.

Hoy -día de Navidad- reconozco que me dio mucha tristeza enterarme de su muerte; sin embargo, lo mejor de todo es que llegó a la meta de su viaje como un jesuita comprometido con la difusión de la verdad. Ojalá que la Compañía de Jesús tome nota y se atreva a seguir formando religiosos de la talla del P. Loring, ya que ¡buena falta nos hacen!

Gracias, P. Jorge, por tantos artículos, libros, programas y debates que me sirvieron para vivir la fe católica, desde la perspectiva de la razón. Fuiste un gran estudioso, expositor y, sobre todo, un sacerdote jesuita de los que realmente se tomaron enserio el carisma heredado por San Ignacio de Loyola.

Descanse en paz y que su ejemplo nos motive, sacando lo mejor de nosotros mismos.