Sí señores, porque tal día como hoy 4 de diciembre pero del año 1563, cerraba sus sesiones el Concilio Ecuménico de Trento, decimonoveno de los veintiuno convocados hasta la fecha con tal carácter de ecuménico, el antepenúltimo pues o en otras palabras el último antes de los dos concilios vaticanos. Y de todos ellos el más largo, durando desde el 13 de diciembre de 1545 en que es inaugurado mediante la bula “Laetare Hierusalem”, hasta el 4 de diciembre de 1563 en que es clausurado, es decir, diecisiete años, once meses y 357 días, ahí es nada, bien que sus trabajos se desarrollarán en veinticinco sesiones y serán de lo más discontinuos, por lo que nadie debe pensar que sus participantes se pasan todo ese tiempo reunidos en Trento. Su duración es tan larga que abarca el pontificado de tres papas, a saber, Pablo III (15341549), Julio III (15501555) y Pío IV (15591565), y en España, uno de los principales motores y promotores del mismo, el reinado de dos monarcas, el Emperador Carlos V y su hijo Felipe II.
 
            Aunque es cierto que la Iglesia siente por entonces la fuerte necesidad de una reforma en profundidad, el Concilio probablemente no se habría convocado de no haberse producido la irrupción en el escenario de un proceso lo suficientemente importante, cual es el de la secesión de las iglesias centroeuropeas, notablemente germanas, como consecuencia de la reforma a la que da inicio las llamadas Noventa y Cinco Tesis que clava en la puerta de la Catedral de Wittemberg el 31 de octubre de 1517 el agustino Martín Lutero, cuyo detonante es, según se dice, la visita que el monje gira a Roma para ver las obras de la Basílica de San Pedro y la financiación de buena parte de ellas mediante una práctica más que cuestionable: la venta de indulgencias.
 
            Lo cierto es, sin embargo, que la inauguración del Concilio demora casi treinta años desde ese momento. Y es que la situación europea, con los príncipes católicos enfrentados entre sí y a veces hasta con el papado; con las guerras de religión del Imperio contra los principados centroeuropeos rebeldes que se acogena la Reforma protestante, y con la amenaza turca en pleno apogeo amenazando incluso las principales capitales de Europa Central y Oriental, hacen muy complicado la generación del ambiente para la convocatoria del Concilio.
 
            Mientras el Papa Clemente VII (15231534) se resiste en todo momento a su convocatoria, su sucesor Pablo III sí se pone manos a la obra, intentándolo primero en Mantua y luego en Vicenza, y convocándolo finalmente en Trento, ciudad del norte de Italia regida por un príncipe-obispo, donde a lo largo de casi dieciocho años, se celebrarán sus veinticinco sesiones menos tres, que se desplazan a Bolonia por causa de la peste.
 
            El Concilio pone los cimientos de lo que se da en llamar la Contrarreforma, emitiendo un cuerpo doctrinal enorme sobre la base de decretos y doctrinas, relativos a todas las cuestiones que acuciaban a la cristiandad, y sobre todo desde la irrupción en la escena europea del protestantismo. Entre ellas el papel de la tradición, el canon de las escrituras, la versión oficial de las mismas, los libros prohibidos, los sacramentos, la reforma del clero y del episcopado, el purgatorio, las indulgencias, la veneración de los santos, la fe sin obras, el catecismo y muchas otras.
 
 
            ©L.A.
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