Y alguno de Vds. me dirá, ¡explíquese Antequera, porque la fiesta de la Presentación de María en el Templo existe, y no es precisamente hoy, sino el 21! Y no le faltará razón a ese lector avezado al que le debo una explicación, pero si me dan Vds. un minuto se la doy, que de buen deudor es pagar lo que debe.
 
            María era una judía, una buena judía, por lo que sus padres no debieron en ningún caso obviar el protocolo de su necesaria presentación en el Templo anexa a la llamada “purificación” de la madre, de la misma manera que luego ella y su marido José harán con Jesús (). Que ello debió de ser así no se le escapa al más importante de los apócrifos de la infancia, el Protoevangelio de Santiago:
 
            “Habiéndose transcurrido el tiempo marcado por la Ley, Ana se purificó, dio el pecho a la niña y le puso por nombre Mariam” (Prot. 5, 2)
 
            Y bien ¿cómo había de realizarse dicha purificación? Como casi todo en el judaísmo, no de cualquier manera, sino de una muy precisa y muy concreta.
 
            “Al cumplirse los días de su purificación [la de la parturienta], sea por niño sea por niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Ésta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña” (Lv. 12, 6-8).
 
            Queda preguntarse, ¿y cuándo se produce la purificación de la parturienta? Porque no esperará Vd. que la detallista Torá vaya a dejar sin respuesta semejante pregunta ¿o sí? Pues bien, dice el Levítico:
 
            “Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre” (Lv. 12, 2-4).
 
            Un hijo varón, sí, ¿pero y si es una hembra? Porque María no era niño, que era niña. ¡Ah! entonces la cosa es diferente, porque si lo que da a luz es “una niña, será [la madre, en este caso santa Ana] impura durante dos semanas, como en el tiempo de sus reglas, y se quedará en casa sesenta y seis días más purificándose de su sangre” (Lv. 12, 5). Dos semanas, catorce días, más sesenta y seis, ni uno más ni uno menos, ochenta días. Como puede ver Vd., el doble, exactamente el doble, que en el caso de los niños.
 
            Tome ahora Vd. la calculadora. Puesto que el nacimiento de María lo celebra la Iglesia Católica el 8 de septiembre (pinche aquí si desea Vd. conocer el porqué), y contando el propio día 8 como hacen los judíos cada vez que realizan un cálculo cronológico, ochenta días después ¿qué nos da? ¡Bingo, el 27 de noviembre! Es decir, tal día como hoy, según les decía en el título.
 
            Y ahora una última pregunta. Entonces ¿qué es lo que celebramos el 21 de noviembre bajo el nombre de “Presentación de María en el Templo”? Pues otra cosa diferente, amigo lector. Otra cosa de la que ya hablamos en esta columna el pasado 21 hizo dos años, . Yo por hoy me despido, que ya les he dado la vara un ratito.
 
 
            ©L.A.
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