La comunidad cristiana de Libia es muy pequeña. La entera población libia apenas alcanza los 15 millones de personas en una superficie que es tres veces y media la española, bien es verdad que en buena parte desértica, de lo que resulta una densidad demográfica diez veces inferior a la de nuestro país.

            De esa población, unas cien mil personas podrían ser cristianas, muchas de origen extranjero, pero otras desde los primeros tiempos, pues de hecho, la comunidad cristiana, en Libia como en Egipto, es anterior en 5-6 siglos a la llegada del islam a la zona. Dicha presencia se organiza sobre dos grandes mayorías, la copto-monofisita, la más antigua, y la católica en torno a las dos diócesis existentes en el país, Trípoli y Bengazi, las dos ciudades más importantes del país. Junto a ellos, una serie de exiguas minorías ortodoxa, anglicana y protestante.
 
            Por lo que hace a la población musulmana, es muy mayoritariamente suní. Existió asimismo una importante comunidad judía, hoy prácticamente desaparecida, que pudo ascender a casi 50.000 componentes hacia 1950.
 
            Durante los cuarenta y un años de gobierno de Gadafi, se tejió una red que controló estrechamente el extremismo religioso y miles de islamistas radicales fueron encerrados, muchos de los cuales militaron luego en las células antigadafistas.
 
            Los sectores más radicales del islam, entre los cuales el grupo salafista Ansar al-Sharia, han realizado cientos de atentados contra mezquitas, tumbas y santuarios de sus propios correligionarios islámicos que consideran desviados.
 
            En el mes de agosto, en pleno Trípoli, la mezquita de Sha’ab ad-Dahman fue demolida destruyendo la tumba de cincuenta sufíes (rama del islam del islam equivalente a nuestros místicos para que nos entendamos) incluyendo la del santón Abdullah al-Sha’ab, y ello a plena luz del día sin que las fuerzas de seguridad hicieran nada por evitarlo sino detener a tres periodistas de Al-Assema TV que cubrían el evento, lo que provocó la dimisión del ministro de interior Fawzi Abdelaei. Al día siguiente, en Misrata, los islamistas removían el cuerpo del santón Ahmad Zarruq, y destruían la mezquita con bulldozers. En octubre de 2011 la mezquita de Sidi Masri era sometida al pillaje y la tumba de dos santones profanadas, mientras el cementerio de Gargaresh era devastado. En noviembre los ataques se producían en la mezquita de Sid Nasr, en Trípoli. En enero de 2012 se profanaban 31 tumbas en el cementerio de Sidi Ubaid en Bengazi. En marzo se atacaba la mezquita Sidi Abdul-Salam Al-Asmar Al-Fituri, del s. XV, en Zliten, aunque aquí los locales defendieron el santuario. En julio estallaba una bomba en la mezquita Sahaba de Derna, y el santuario de Zuhayr Ibn Qais Al-Balawi, compañero de Mahoma, era derruído. El cuerpo de Sidi Muhammad Al-Mahdi Es-Senussi, santón sufí, era también profanado.
 
            La violencia no es menos frecuente contra los cristianos. En la iglesia de San Francisco en Trípoli un hombre armado abría fuego contra el párroco. En septiembre de 2012 en Misrata, cuatro hombres quemaban tres imágenes de la iglesia greco-ortodoxa de San Jorge Dafniya. En marzo, el grupo Ansar Al Sahri’a rodeaba la Benghazi European School (BES) y acusaba a sus profesores de promover la pornografía en referencia al material didáctico que se impartía en la escuela. En febrero, un hombre armado atacaba una iglesia copta en Bengazi, asaltando a dos sacerdotes, mientras un centenar de coptos egipcios eran detenidos por proselitismo, acusados de “poseer biblias, libros cristianos e imágenes”. El 17 de febrero, cuatro cristianos extranjeros, un sueco, un egipcio, un sudafricano y un surcoreano, eran detenidos por proselitismo, hallándose actualmente a la espera de un juicio del que podrían salir condenados a muerte.
 
            Lo más curioso del caso es que mientras el Arzobispo católico Martinelli afirma que “los niveles de seguridad son precarios para cualquier extraño, especialmente cristianos, a causa de la existencia de algunos grupos fundamentalistas islámicos”, o Joe Stork, de Human Rights Watch afirma que “los arrestos de cristianos coptos van en ascenso” y se queja de “la falta de autoridad, de ejecutividad de la ley y de un sistema judicial, y de las milicias”, o Tarek Mitri, enviado especial de Naciones Unidas, se muestra especialmente preocupado por los recientes incidentes, incluída la violencia contra los coptos, el Obispo Timotheus Adla Bishara, cabeza de la iglesia copta en Trípoli, afirma que “los coptos vivimos en paz en Libia. Después del atentado de Misrata, el gobierno local y el gobierno central nos han dado pleno apoyo y se han comprometido a garantizar la seguridad de nuestra comunidad”. “Los coptos están más seguros en Libia que en Egipto”.

           
El miedo escénico, que hace maravillas. Aquí también nos ocurrió. No habrán olvidado las idioteces que decíamos aquí en los años de plomo etarras ¿o sí?
 
 
            Fuente:
            Editado En Cuerpo y Alma
 
 
 
            ©L.A.
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