Que ninguno se asuste. No pretendo forzar a nadie para que se vuelva católico, pues la libertad religiosa es un derecho inalienable. Simple y sencillamente, digo que no estoy de acuerdo con los sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que consideran negativo el hecho de buscar o pretender que más personas abracen la fe. Menos mal que San Pablo o San Francisco Javier no pensaron de esa forma, pues muchos se hubieran perdido la oportunidad de conocer y vivir el Evangelio. La Iglesia, entendámoslo bien, no puede renunciar a su propia naturaleza que es –sin lugar a dudas- misionera. Por lo tanto, todo tiene que estar encaminado a que las personas de cada época comprendan que han sido pensadas y queridas por Dios.

Muchos católicos creen que trabajar por la conversión de los demás, significa imponer un modelo colonizador; sin embargo, esto no tiene nada que ver con las intenciones de la Iglesia, ya que –en realidad- el único que puede convertir a una persona es el Espíritu Santo. Dicho de otra manera, nos toca proponer la opción de Cristo, sabiendo respetar la decisión que tomen los otros. No se trata de saturarlos, hablándoles todo el tiempo de lo mismo. Al contrario, si van a dar el paso de abrazar la fe, de convertirse al cristianismo, deben hacerlo por voluntad propia y no por algún medio o mecanismo de coerción.

¿Por qué hay tantas sectas? La respuesta es –hasta cierto punto- sencilla, pues se debe a esa extraña obsesión que nos han vendido en el sentido de callar lo nuestro, pues no sea que alguien se ofenda. Por esta razón, si tú me abres las puertas para saber quién es Jesús, yo no dudaré ni un segundo en ayudarte a descubrirlo a partir de la fe y de la razón, pues no se puede creer nada más porque sí. Entonces, no pienso hablarte todo el tiempo de lo mismo o presionarte, pero –si me preguntas- no esperes que desaproveche la oportunidad de proponerte lo que a mí me ha hecho un hombre pleno y feliz. Que -en medio de la sana diversidad- nunca falte la opción de Jesús.