(Publicado en Zenit)

En esta semana, la Bienaventurada Virgen María nos impulsa a crecer en nuestra fe de forma activa, mediante la oración y el testimonio.

Comenzamos el lunes 7, con la memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario, y terminamos el sábado con la fiesta de Nuestra Señora del Pilar. Una semana muy mariana que podemos dedicar a desgranar con nuestros dedos, al compás del corazón, las cuentas de un rosario o corona mariana, mirando con los ojos de Nuestra Madre, al lado de Ella y con su guía, cada palabra y gesto de los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de Nuestro Señor Jesucristo.

Finalizamos la semana, el sábado 12 con la fiesta que según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó [al apóstol Santiago] en Zaragoza [España] sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia [para animarle a evangelizar]. El pasado 2 de octubre, en la Basílica del Pilar, el sacristán encargado de cerrar el acceso a la zona del altar mayor y del coro, a mediodía tenía que acudir a otras tareas y adelantó el horario minutos antes de la hora acostumbrada, las dos de la tarde. De ese modo quedó cerrado al público y no quedaban fieles por la zona. Pues bien, un artefacto de fabricación casera hizo explosión en esa zona, letal si hubiera habido alguien cerca. Un banco aterciopelado, dedicado a autoridades en caso de ceremonias oficiales, bajo el que se colocó dicha bomba, saltó hecho añicos y ardió. Solo hubo un herido leve al que la onda expansiva le dañó el tímpano. ¿Tuvo la Virgen algo que ver?

Con el doble título de esta reflexión: “Madre de la Iglesia y madre de nuestra fe”, termina la última encíclica papal Lumen fidei. Por ello, con la misma oración e intenciones que allí se expresan, con sentimiento de agradecimiento a la Madre que tanto vela por nosotros sus hijos, finalizamos:

“¡Madre, ayuda nuestra fe!

Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.

Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.

Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.

Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.

Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.

Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.”